fanfic_name = La única entre cinco mil millones

author = Spooky2

Rating = touchstone

Type = Angst

fanfic =

Spoilers: The End, Fight the future.

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PLEASE!!!

Nota 1: El relato alterna los pensamientos de Mulder y de Scully. No está explícitamente indicado pero creo que queda suficientemente claro. Espero que se entienda sin problemas.

Nota 2: Ya veréis que uso en varias ocasiones las mayúsculas. La mayoría de las veces es para enfatizar esa palabra y, sólo una ocasión (no tiene pérdida) equivale a hablar gritando. Gritando muy mucho.

 

Habitación del hospital psiquiátrico Inget Murray

 

Tres agentes federales habíamos sido convocados para custodiar a un niño. Un niño prodigio del ajedrez, Gibson Praise, aunque las verdaderas razones de su genialidad poco tenían que ver con este metódico juego de mesa. Sino en su particular y paranormal habilidad para leer la mente de las personas que estaban cerca de su radio de acción. Bueno, al menos eso era lo creía Mulder. Pero lo peor del caso no era eso, sino que la agente Diana Fowley compartía su opinión. Y eso, no sé porque, me incomodaba. Bastante. Es más, me sacaba de mis casillas.

 

 

G: Sé lo que hay en su mente, agente Mulder. Ahora mismo está pensando en una de las dos mujeres con las que ha venido –Sin apartar la vista del televisor-.

M: Oh! –Mirada cómplice a Scully-.

G: Y una de ellas piensa en usted.

D: ¿Cuál de las dos? –Se apresuró a preguntar Diana con evidente interés-.

G: Él no quiere que lo diga –Tras escudriñar con la mirada a Mulder-.

 

Respirar. Seis palabras y podía respirar de nuevo. Durante esos segundos de incertidumbre, había contenido la respiración de manera inconsciente temiendo lo peor: que Gibson me dejara en evidencia delante de Mulder y, sobre todo, de la agente Fowley. Hubiera bastado señalarme con el dedo para echar por los suelos mi máscara de contenida indiferencia ante él. Y, sobre todo, ante ELLA. No me gusta. Esa mujer no me gusta nada. No sé cuál es la razón, pero no me fío de ella. Sé que oculta algo, desconozco sus verdaderas intenciones en este caso, por qué nos ha sido asignada y, sobre todo, cuál es su “relación” con Mulder. Pero sé que hay algo, algo oculto y anterior a mí entre ellos. Una historia inconclusa. Y no me gusta. Me cuesta aceptarlo, pero me siento… ¿incómoda? No, Dana. Lo que sientes está perfectamente tipificado en el diccionario y responde al nombre de celos. Sí, estoy celosa. Desquiciadamente celosa de un pasado que no me pertenece, del cual no formé parte y del que, por supuesto, no tengo ningún tipo de derecho ni autoridad moral para reclamar explicaciones. Si al menos no me sintiera tan vulnerable y cuestionada ante ella… Y después está Mulder… Cómo la mira, cómo la escudriña cuándo cree que yo no le observo, cómo la estudia casi memorizando todos sus movimientos, cómo se dirige a ella, cómo invade su espacio íntimo al hablar, cómo le mira los labios como si quisiera mordérselos y cómo, mientras todo esto ocurre, yo me difumino de su campo de visión. Me esfumo de su vida al instante y los cinco años que llevamos trabajando juntos se devalúan hasta convertirse en una anécdota efímera. Y todo, por ella. Por esta intrusa que se ha instalado, de golpe, entre nosotros dos como un incómodo y disfuncional elemento discordante.

 

M: Scully… Scully… ¡Tierra llamando a Scully! –Haciendo ridículos e infantiles gestos con las manos-.

S: Eh… Disculpa, estaba…

M: Mientras tú estabas en tu mundo, le estaba comentando a Diana que sería necesario practicarle a Gibson un escáner cerebral y someterle a una evaluación psicológica.

S: Mulder, ¿pero qué esperas encontrar? –Con el ceño fruncido-.

 

Con un leve gesto de la cabeza me indicó que le acompañara fuera de la habitación, al pasillo de ese hospital psiquiátrico y a una distancia prudencial de Gibson que, desde que habíamos llegado, no se había apartado ni un segundo del televisor. Parecía tener un poder anestesiante para su mente hiperactiva.

 

 

Pasillo del hospital psiquiátrico

 

M: No sé qué espero encontrar, Scully. Pero lo que sí sé es que este niño tiene la habilidad de leer la mente. ÉSE es realmente su don. Y por esta razón querían asesinarlo.

S: ¿Pero quién?

M: No lo sé, yo no leo la mente –Burlonamente-.

S: Aunque fuera cierto lo que dices, ¿quién querría asesinar a un chico con esta habilidad? Una habilidad que supondría grandes ventajas en el mercado financiero, político e incluso, militar. Mulder es que…

D: Alguien cuyo trabajo sea precisamente guardar secretos.

 

Y ahí estaba ella, detrás de mí, interrumpiéndome sin ningún tipo de vergüenza ni respeto y asomando su larguirucha figura por la puerta de la habitación donde la habíamos dejado custodiando a Gibson. Y entonces lo vi. Al girarme a mirar a Mulder de nuevo, que estaba frente a ella, vi esa mirada en él que tanto esfuerzo me costó ganarme. Esa mirada de confianza y respeto. Una mirada que, esta vez, no iba dirigida a mí. Sino que me traspasaba como si fuera invisible hasta llegar a ella. La otra. Y de golpe me asaltó una demoledora duda: ¿Y si la otra era yo y durante todos estos años hubiera vivido instaurada en un gran espejismo? ¿Y si sólo hubiera sido un comodín para hacer más llevadera la espera hasta dar con su álter ego? ¿Su perfecto opuesto? Dicen que la cara es el espejo del alma, y en ese momento mi alma estaba hecha jirones. Algo, muy dentro de mí, se estaba desmoronando a marchas forzadas.

 

M: Scully… ¿Estás bien? Estás pálida como el papel de fumar –Con un atisbo de preocupación-.

D: Vaya, y yo que creía que ese color cenizo era su estado natural…

 

Y mientras Diana intentaba hundirme más en el lodo, Mulder se acercó a mí, depositando una mano en mi frente como había hecho en incontables ocasiones. Parecía querer apartar de un manotazo los malos pensamientos que en ese instante se estaban apoderando de mi raciocinio. Pero el subconsciente me traicionó una vez más y en un acto reflejo y de autoprotección la aparté de manera brusca antes de que rozara mi frente. No podía sentir su cálido y reconfortante tacto. No ahora, que me sentía dolida y traicionada a partes iguales. Mulder, o estás conmigo o estás con ella. Esto, a partir de ahora, se ha convertido algo personal.

 

S: Estoy bien, Mulder.

 

Mi mantra. Mi frase favorita. La he formulado tantas veces que algún día terminaré creyéndomela. Es mi mejor mecanismo de defensa. Como si mi cuerpo fuera una fortaleza, puedo sentir cómo, al formularla, subo los puentes levadizos del castillo y cómo los arqueros se sitúan estratégicamente en las torres. Fortaleza sitiada, Scully a salvo del mundo exterior en general y de Mulder, en particular. En ese momento, en el pasillo de ese hospital, con la agente Fowley a mis espaldas y un incómodo Fox Mulder ante mí, mi única salida digna era ésa: “Estoy bien, Mulder”. Levantar los muros que cercan mi vulnerable corazón y huir. Huir lejos de él. Escapar de su hechizo. Renunciar a su mirada esquiva, a su media sonrisa y a su seductora voz aterciopelada. Cobarde. Soy una maldita cobarde incapaz de enfrentarse a la vorágine de sentimientos que Mulder desencadena en mí.

 

S: Se ha hecho tarde. Deberíamos llevar a Gibson a algún lugar seguro donde pueda pasar la noche. Así que… eh… como vosotros tendréis cosas de qué hablar… ya me encargo yo de la primera guardia. Buenas noches.

M: Scully… -Con voz de súplica y alargando su mano para tocarla-.

S: Buenas noches, Mulder –Sin ni siquiera girarse para mirarlo-. Ya vendréis a relevarme dentro de un par de horas. Habitación 402.

 

Y me fui. Huí como una cobarde que teme enfrentarse a sus deseos. Entré en la habitación, recogí a Gibson y nos fuimos de ahí, dejándoles en el pasillo de ese lúgubre edificio habituado a cobijar entre sus muros a almas atormentadas. Como la mía esa noche.

 

 

Esta noche promete ser muy pero que muy larga. Primero Gibson me deja en evidencia ante Scully con su juego de quién piensa en quién. Claro que no es necesario ser un vidente para saber a quién se estaba refiriendo el chaval: ¡si es que ni cuando duermo puedo sacarme a Scully de la cabeza! ¿En quién iba pensar, si no? Diana. También estaba ahí, pero… ¿No habrá creído Scully que estaba pensando en Diana, verdad? Eso explicaría su extraño comportamiento… Desde que nos han asignado a Diana en calidad de agente de apoyo que Scully está… distante e incómoda conmigo. Y, desde hace unos minutos, molesta. Muy molesta. Lo sé. Por cómo frunce al ceño al hablar. Por cómo esquiva mi mirada. Por cómo se frota las manos compulsivamente. Por cómo evita mi contacto. Definitivamente, está muy cabreada. Lo que ha empezado esta mañana como una tímida actitud discordante se ha convertido, a medida que pasaban las horas, en un recelo evidente. Lleva todo el día vigilándome cuando cree que no la veo, evaluando mis movimientos, calculando mis reacciones… ¿Todo esto será por Diana? Pero si no sabe nada de lo nuestro… Diana. ¿Por qué ha tenido que regresar ahora? Precisamente AHORA que empezábamos a desmontar, piedra a piedra, las murallas que sitian nuestras corazones. ¿Por qué, Scully, la distancia que nos separa es tan insignificante y a la vez tan abismal? ¿Por qué para avanzar dos pasos en nuestra relación tenemos que retroceder inexorablemente uno? ¿Por qué siendo tú la persona más importante en mi vida, la única entre cinco mil millones, no consigo apartar la vista del escote de Diana? Porque eres un pervertido, Mulder. Y Diana fue tu perversión. Tu única perversión. Diana, ¡¿por qué ahora?!

 

D: Fox. ¡Fox! Te estoy hablando!

M: ¿Eh? Perdona, estaba pensando…

D: Bueno, ya veo que al menos tenéis UNA cosa en común tú y la superagente Scully: los viajes astrales –Con una nota de sarcasmo en su voz-.

M: Muy graciosa, Diana. Deberías canalizar tu sentido del humor fuera del FBI.

D: Rectifico. Eso y el mal genio. Porque por el resto… Sois como el día y la noche. No se puede decir que sea muy receptiva hacia los temas paranormales, ¿eh? –Con tono burlón-.

M: No… Ella es científico. Me obliga a indagar constantemente –Con la mirada perdida aún en el pasillo-.

D: No debe haberte resultado fácil durante estos cinco años. Dos mentes iguales habrían supuesto una ventaja en ciertas ocasiones –Con su voz más empalagosamente dulce-.

M: Me ha ido bien sin ti, Diana.

D: Fox, ei, que estoy de tu lado. No hace falta que estés a la defensiva conmigo. Que soy yo.

 

Y acompañó sus palabras con un serpenteante movimiento de aproximación. Era una víbora y yo su apetitosa e indefensa presa: el zorro se había convertido en un inofensivo conejito. Se arrimó a mí y me cogió de las manos. Esas manos que tiempo atrás recorrieron todo mi cuerpo con pasión, como buscando en mi piel las respuestas a las preguntas sinsentido que nos planteábamos día a día. Esas manos que parecían moldeadas a la medida de mi sexo. Esas manos que me habían arrancado los orgasmos más dolorosamente dulces de toda mi vida. Esas manos con las que había soñado tantas noches aún después de haberme abandonado. Esas manos, ahora, entrelazaban las mías y, sin embargo, todo había cambiado. Ya no sentía esa electricidad recorrer mi cuerpo, esa dependencia física, esa hambre irracional por poseerla a cualquier hora y en cualquier lugar, ya no tenía la imperiosa necesidad de lamer esa piel suave y adictiva por la que antaño hubiera hipotecado mi alma. Ya no.

 

M: Diana, por favor… -Desprendiéndose incómodamente de sus manos-.

D: ¿Qué ocurre? ¿Es por ella? –Señalando hacia el final del pasillo por donde minutos antes la figura de Scully se había desvanecido-. Dime, ¿esta actitud distante que tienes conmigo desde que he llegado esta mañana es por ella? Tenía entendido que durante estos cinco años no habías tenido tiempo para… -E hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas- Que los Expediente X y la búsqueda de la Verdad habían sido toda tu vida, por así decirlo…

M: He vivido por y para mi trabajo si te refieres a eso.

D: ¡¿Pues dónde está el problema?! Te he echado de menos y sé que tú también a mí. Nunca se te ha dado bien mentirme, Fox –Con una sonrisa maliciosa-.

M: No, eso es verdad. En eso tú eras las experta.

D: Ui, cuanto odio destila tu voz –Acariciándole con la yema del dedo índice su prominente labio inferior-. Ya sabes lo que dicen: donde hoy hay odio, ayer hubo amor.

M: Scully te rebatiría esa teoría con mucha facilidad. Tiene poco fundamento científico. Y yo no te odio, Diana.

D: Me alegro, porque he vuelto para recuperarte y no voy a aceptar un no por respuesta.

 

Y ahí estaba de nuevo. La Diana posesiva, mandona y autoritaria. Atrapó mis labios sin que tuviera tiempo a reaccionar ni a evitar su embestida. Con su pasión habitual, con su apetito de mí intacto. Pero yo ya no tenía hambre. No de ella.

 

M: Basta –Apartándola suavemente-.

D: No te resistas, Fox. Al final, sé que volverás a mí. A pesar de todo, sé que estamos hechos el uno para el otro. Somos dos mitades de un todo. Hace cinco años ni tú ni yo estábamos preparados para una relación seria. Ahora es diferente, hemos madurado. Podríamos retomarlo donde lo dejamos. Ahora es nuestro momento.

M: No. No podemos. Nada es como antes, Diana. Ni tú, ni yo, ni mi búsqueda, ni mis sentimientos hacia ti. Ya no –Visiblemente alterado-.

D: ¿Y cuáles son esos sentimientos? ¿Acaso ha amado alguna vez a alguien agente Mulder?

M: Soy un ser solitario, Diana. Pero eso tú ya lo sabes. Obsesionado con su trabajo, con escasa vida social y cuyo mayor pasatiempo es dar caza a hombrecillos grises. Todo esto me deja poco tiempo para el amor, al menos para el convencional, ¿no crees?

D: Excepto si mezclas el trabajo con el placer… -Con su voz más insinuante-.

M: No, gracias. Ya lo hice una vez y la cosa no funcionó. De hecho, ella se largó y me dejó, ¿te acuerdas?

D: Sigo ahí dentro, Fox. Lo sé –Señalando con su dedo índice el corazón de Mulder-.

M: No, Diana. En cualquier caso sigues aquí, en mi cabeza. Y no te hagas ilusiones, sabes que no podría borrarte de mi mente ni queriendo. Es el problema de tener memoria fotográfica, que te acuerdas de las peores calañas de la sociedad.

D: Ándate con cuidado, Fox. Si te muerdes la lengua puedes llegar a envenenarte. O peor aún, envenenarla a ella.

M: …

D: ¿Por qué hay una ELLA, verdad?

M: Diana… -Esquivando su mirada-.

D: Me habían advertido sobre vuestra “relación”, pero cuando la vi comprendí lo equivocados que estaban. Pelirroja, piernas cortas, estatura pigmeo y, encima, escéptica. No es para nada tu tipo, Fox. De hecho, no se parece en nada a mí –Riéndose-.

M: Quizás por eso me gusta.

D: Touché. Fox 1, Diana 0. Pero deberás esforzarte un poquitín más si quieres convencerme de que la razón de que me rechaces es ella. Te mereces algo mejor.

M: Tu soberbia me ofende, Diana. Ya te he dicho antes que no soy el Fox Mulder que dejaste tirado hace cinco años. He cambiado, Diana. Y mis gustos sobre mujeres también. De hecho han mejorado y mucho. Por ejemplo, las manipuladoras y traidoras han dejado de interesarme –Con una mueca burlona-.

D: …

M: Ahora, si me disculpas, me voy al motel a ducharme. Ya relevaré yo a Scully. Tú descansa, puedes hacer el tercer turno.

D: Fox…

M: ¿Sí? –Volteándose a mirarla-.

D: ¿Acaso crees que ella es incapaz de abandonarte, como hice yo?

M: Si ella me abandonara, Diana, la perseguiría hasta los confines del mundo. No pararía hasta encontrarla. Por ella, sólo por ella, sería capaz de renunciar a todo y todos. Incluso renunciar a mi mismo. Moriría y mataría por ella, Diana. Sin dudarlo ni un segundo y sin ningún tipo de remordimiento. ¿Acaso tú puedes decir lo mismo de alguien?

 

Y sin esperar una respuesta por su parte me fui de ahí sin girarme ni una sola vez para mirarla de nuevo. Necesitaba despejarme. Salir a la calle, respirar aire fresco y reorganizar mis ideas. Maldita Diana. Podrán pasar cincuenta años y ella continuará ejerciendo ese poder sobre mí: me desarma. Me despoja de todas mis máscaras sociales hasta enfrentarme conmigo mismo. Un desagradable ejercicio que intento evitar a toda costa para no hundirme en el pozo sin fondo de la culpa. Pero ella se recrea en este espectáculo. Disfruta desmoronándome, desmontándome pieza a pieza para jugar aleatoriamente con ellas y montar el puzzle, de nuevo, a su gusto. Llega, me instala en el caos, y se va. Ésta es la dinámica de Diana. Pero esta vez no le ha funcionado. Esta vez todo ha sido diferente. Esta vez estaba Scully conmigo. Y con ella no hay máscaras, ni manipulaciones, ni dobles juegos. Mi Scully. La única entre cinco mil millones.

 

 

Motel Arkansas. Habitación 402

 

Gibson estaba sentado en la cama, mirando absorto el televisor donde emitían un nuevo episodio de Los Simpsons. Viéndole ahí, hipnotizado ante la parpadeante pantalla azul parecía un niño más. Más alto o más bajo, con mayores o menores dioptrías, pero común a pesar de todo. Cuan erróneas pueden llegar a ser las primeras apariencias…

 

G: Él no siente por ella lo que usted cree –Sin apartar la vista del televisor-.

S: ¿Cómo?

G: Su compañero y esa mujer. La otra.

S: Gibson, yo… -Apartando la vista de Gibson y mirando al suelo-.

G: No se esfuerce, sé lo que está pensando. Sé que no le gusta, desconfía de ella desde que la vio por primera vez. Aunque los motivos de su desconfianza…

S: ¿Sean moralmente reprochables? –Interrumpiendo a Gibson-. ¿Poco éticos? ¿Estúpidos? –Sonrojándose-. Dios, parezco una quinceañera disputándose al capitán del equipo de fútbol con la jefa de las animadoras.

G: No se avergüence, he conocido motivos mucho peores que los suyos. Se lo aseguro. La gente es mala. Por naturaleza todos somos malos. Pero usted tiene buen corazón. Igual que su compañero. Aunque no sean sinceros el uno con el otro y esto les haga daño.

S: No puedo creerme que esté hablando sobre mi vida privada con un chaval de… ¿diez años? –Con risa histérica-.

G: Él está aquí –Mirando hacia la puerta-.

S: ¿Quién? –Desenfundando con la destreza de un veterano su arma-.

 

Mulder. Mulder estaba ahí. Afuera de la habitación, golpeando con sus nudillos la puerta.

 

M: ¿Scully? ¿Puedo pasar?

S: ¿Mulder? –Sorprendida-.

M: No, el Lobo Feroz. ¿Quieres que te enseñe la patita?

S: Pasa. Está abierto –Sonriendo y volviendo a guardar su arma-.

M: Hola pareja, ¿cómo va todo por aquí? –Asomando su cabeza por la puerta y luciendo una de sus mejores sonrisas-.

S: Bien, estábamos mirando un rato la tele. ¿Y a ti cómo te ha ido?

 

Y esquivando mi mirada, como si le intimidara, se acercó a Gibson.

 

M: Qué, chaval, ¿te gustan Los Simpsons?

G: ¿Por qué no me pregunta lo que realmente quería decirme? –Sin apartar la vista del televisor-.

M: Contigo las sorpresas pierden la gracia, eh? –Sonriendo incómodamente-.

G: No me importa.

M: ¿Qué?

G: No me importa irme a la habitación de al lado a mirar la tele. ¿Era eso lo que quería preguntarme antes, no? –Y se levantó de la cama dirigiéndose hacia la habitación contigua-.

M: Gibson, deja la puerta de comunicación abierta. Y para cualquier cosa nos llamas, ¿de acuerdo?

G: Sé cuidarme solo –Y salió de la habitación-.

M: Scully, creo que no le caigo muy bien. ¿Tú qué opinas? –Y saltó sobre la cama como un colegial-.

S: Debe ser tu sucia mente la que le hace desconfiar de ti –En tono jocoso y tumbándose junto a Mulder-.

M: Que graciosa…

S: Bueno, Mulder, ¿qué haces aquí tan pronto? No tenías que relevarme hasta dentro de una hora…

M: Verás, no quería que un niño de diez años terminara la noche conociendo más secretos tuyos que los que yo he conseguido descubrir durante estos cinco años.

S: Ah, así que era eso. Siempre tan desinteresado… -Con un ápice de desilusión en su voz-.

 

Y ahí estaba mi Mulder de nuevo. El Mulder de estos cinco años. El Mulder que se había esfumado con la llegada de la agente Fowley. Tumbado en la cama, sosteniéndose la cabeza con una mano mientras con la otra dibujaba imaginarias figuras en la colcha.

 

S: Y dime, ¿dónde está la agente Fowley, Fox? –Enfatizando con ironía su nombre-.

M: ¿Diana? Pues no lo sé, la verdad –Con la vista perdida en el edredón-.

S: Mulder, si no quieres contarme qué pasa con ella no importa. No tienes porque, de hecho, no tengo derecho a preguntarte nada que no esté relacionado estrictamente con este caso… Pero por favor, no me mientas -Molesta-.

 

E hice el intento de levantarme de la cama. Estaba demasiado incómoda. Todo era tan… ¿íntimo? Y a la vez tan ajeno a nosotros. Él y yo hablando de la agente Fowley tumbados en una cama de un motel. Más bien intentando hablar, porque Mulder se había cerrado en banda. Y ese silencio en relación con ella me incomodaba enormemente. Mulder siempre había sido muy celoso de su intimidad, de hecho apenas conocía nada de su pasado. Pero fuera lo que fuera lo que hubo con Diana aún coleaba. Lo veía en su mirada. Esquiva, dubitativa, insegura, frágil.

 

M: Scully, por favor… No te vayas. Sólo te pido un poco de paciencia… -Con su mejor carita de desvalido agarró la mano de Scully impidiendo que abandonara la cama-.

S: Mulder… No sé qué pasa aquí, pero sea lo que sea lo que hay entre vosotros dos debéis resolverlo. Y sin que interfiera en la misión. Yo… simplemente me siento incómoda, desplazada. Es como si estuviera jugando una partida de cartas y todos conocieran las reglas del juego menos yo. Y esta sensación de inferioridad no me gusta.

M: Lo siento, Scully. De verdad que lo siento. No sabía que Diana estaría en este caso. De haberlo sabido lo hubiera rechazado.

S: Mulder, ¿pero qué pasó entre vosotros dos?

M: ¿De verdad quieres saberlo? .-Mirándola fijamente a los ojos-.

S: Ajá.

M: No es una buena historia, ni siquiera acaba bien –Y se sentó en la cama-. Diana y yo trabajábamos juntos en los Expedientes X, de hecho se puede decir que ella es la cofundadora de la sección. Nos conocimos tras graduarme en la academia, teníamos maneras de pensar similares, nos interesaban los mismos temas paranormales e intimamos. Empezamos a salir… Hasta que un buen día… Me dejó. Se fue a Europa por motivos profesionales. Y yo me quedé aquí, en la sección que habíamos creado juntos. Me dolió. ¡Qué coño! –riéndose-. Me destrozó. Yo… Supongo que la amaba y… bueno, ella me abandonó. La verdad es que no sé porque me sorprendió. Ya es una constante en mi vida, ¿no? Todos mis seres queridos me abandonan o me son arrebatados de mi lado –Con tono sarcástico-. Así que me encerré en el despacho del sótano y me aferré a los Expedientes X, convirtiéndolos junto con la búsqueda de Samantha en mi vida. En la única razón para levantarme cada mañana. Cuando las cosas se torcían o me sentía más solo de lo habitual, me sumergía en esos cajones repletos de carpetas e informes y me daba cuenta de que siempre hay gente que está mucho peor que tú. Al menos yo seguía con vida. Bueno, y ahora, después de cinco años, ha regresado. Ya ves, ironías de la vida…

 

Una daga en el corazón. Mulder me había clavado una estocada mortal. Y yo continuaba respirando por inercia. Pero estaba muerta. Muerta en vida. Lo que comúnmente se conoce como una zombie. Dios, me esperaba cualquier historia menos ésta. No estaba preparada emocionalmente para oír de su propia boca cómo había amado a esa mujer y cómo el Mulder autista social y obsesionado por el trabajo que yo había conocido era, en gran medida, el resultado de ese gran desengaño amoroso. ¡¿Cómo pude ser tan ingenua?! Y yo que creía que todo se reducía a una aventura… Estaba mareada, la cabeza me daba vueltas y un regusto amargo se había instalado en mi boca. Náuseas. Sentía náuseas. Debía salir fuera. YA. Salté fuera de la cama como si tuviera un muelle en el trasero y huí de la habitación. Necesitaba respirar o acabaría vomitando el corazón por la boca.

 

M: ¡Scully! –Con intención de seguirla-

G: Déjala ir.

M: Gibson… ¿Cómo…? –Girándose hacia la puerta abierta de la habitación contigua-.

G: Aunque esté en la otra habitación os oigo. Quizás no vuestras voces, pero sí vuestras mentes. Son como dos radios en continuo funcionamiento y yo soy el sintonizador de frecuencias. Os oigo pensar, dudar, silenciar e incluso mentir. Y tú no has sido sincero con ella. Le has contado lo que te ha interesado y has omitido lo más importante de todo.

M: ¿Y qué es eso tan importante? –Mirándose avergonzado las palmas de las manos como si pudiera hallar entre los surcos de su piel la respuesta-.

G: Ya eres mayorcito para saberlo. Yo sólo tengo diez años… -Sonriendo-.

M: Al menos me podrías echar un cable… -En tono burlón-.

G: Que pueda leer la mente de las personas no significa que pueda arreglarla.

M: Gracias de todos modos –Acariciándole el pelo amistosamente-.

G: Los mayores sois muy complicados.

M: No sabes hasta qué punto… -Y se encaminó hacia la puerta de la habitación-.

 

Debía salir afuera a hablar con Scully. Gibson tenía razón. No había sido del todo sincero con ella. No le había mentido, simplemente no le había dicho toda la verdad. Y la verdad era que, ahora, con la perspectiva de estos cinco años sin Diana, me había dado cuenta de que realmente nunca la había amado. Al menos no cómo ahora entendía el significado de la palabra amor. La había amado “a lo Mulder”, como antes SÓLO sabía amar. Y ese cúmulo de emociones eran de todo menos amor. Con el tiempo y gracias o por culpa del azar, tuve la oportunidad de conocer las implicaciones de esta palabra capaz de reunir en su sino emociones tan complejas como poliédricas.

Con Diana hubo amor, pero un amor pueril, carente de compromiso ni fe. Cuando me abandonó me sentí traicionado, decepcionado y manipulado y eso me sirvió para protegerme de futuras decepciones amorosas. Me aislé, sitié mi corazón como si de una fortaleza se tratara para que nadie pudiera entrar en ella y lastimarme de nuevo. Si aprendes a no esperar nada de nadie, no corres el riesgo de que te decepcionen. No quería ser vulnerable y débil otra vez. Pero entonces llegó ella. Una mañana de marzo como cualquier otra y sin previo aviso entró en mi despacho. “Agente Mulder. Soy Dana Scully. He sido asignada para trabajar con usted”. Científico, escéptica, demasiado bajita, demasiado pelirroja, demasiado pálida, demasiado racional, demasiado contenida, demasiado fría, demasiado correcta… No era para nada mi tipo. Iluso de mí. Ése fue mi gran error: subestimarla. Y bajé las defensas. Y en ese momento, por una brecha de mi armadura, empezó a filtrarse poquito a poco, como una lluvia fina que apenas humedece los campos pero que, tras caer incesantemente durante cinco años, lo acaba empapando todo, infiltrándose en la tierra hasta rebosar. Y ahora, Scully rebosa por cada poro de mi piel. No hay un átomo de mi ser que no tenga una porción de ella adherido a su estructura molecular. Separarse de ella sería renunciar a una parte de mi mismo. Un suicidio en vida. Eso es lo que no le había dicho a Scully esta noche.

 

 

Exterior del motel.

 

Él la amaba. Mulder se había enamorado de ella. La quería, la deseaba. Y por cómo la miraba hace apenas unas horas en ese maldito pasillo del centro psiquiátrico creo que aún la desea. ¿Cómo no va a desearla? Tiene todos los atributos que Mulder busca en una mujer. Incluso las piernas largas, ¡así seguro que llega a los pedales del coche! Eso, Dana, encima masoquista, recreándote en tu propia miseria. Pero, ¿cómo no me he dado cuenta? Y mi sexto sentido, ¿qué? Atrofiado. ¡Tantos años dándole cancha a la razón que cuando necesito echarle mano al instinto ya no rasca pie en bola! Y lo peor es que durante todo el día he estado en la inopia, ¡como una idiota! La agente Fowley se lo debe haber pasado en grande a mi costa. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo me enfrento a Mulder? Podría felicitarle por tenerla de vuelta. ¡Sí, y después de eso cortarme las venas! Eso me pasa por implicarme emocionalmente con un compañero de trabajo. Mira que me prometí a mi misma no repetir el mismo error después de lo de Jack Willis pero… Es Mulder. Es imposible no enamorarse de él. Si Skinner tuviera que trabajar día a día con él estoy segura de que también se enamoraría de Mulder. Dana, estás desvariando…

 

M: ¿Scully?

S: Dios, lo que faltaba –Para sí misma-.

M: ¿Estás bien? –Saliendo con cautela de la habitación-.

S: Sí, Mulder. Estoy bien. Todo va estupendamente –Con cierto cinismo-. Sólo que necesitaba que me diera un poco el aire. Una no descubre todos los días que su compañero es de carne y huesos y no un holograma en 3D sin sentimientos ni vida privada –Sin girarse para mirarlo-.

M: ¿Detecto un ápice de ironía en ese comentario, agente Scully?

S: No, Mulder. Sólo que estoy un poco… sorprendida. No me lo esperaba. Hubiera aceptado cualquier cosa, menos ésa. Incluso estaba preparada para que me dijeras que la agente Fowley era un híbrido extraterrestre de tóxica sangre verde –Riéndose-. Ese disparate me hubiera resultado más “natural” que no saber que fue tu… novia. Dios, que raro suena todo esto.

M: Pues si a ti te parece raro imagínate a mí.

 

Desde que Mulder había salido fuera de la habitación no nos habíamos mirado. Yo no quería que viera el rastro de las lágrimas en mi rostro ni tampoco tenía fuerzas para enfrentarme a su mirada. Y él pareció entender que yo necesitaba espacio, porque se quedó tras de mí, a una distancia prudencial. Espalda contra pecho. Separados pero íntimamente conectados. No sé de dónde saqué las fuerzas necesarias, pero me giré y avancé hacia él, hasta quedarme a escasos pasos de su rostro. Ese rostro varonil y a pesar de todo con rasgos tan femeninos… Esos labios gruesos que me hacían desfallecer y esos ojos pardos, siempre cambiantes, siempre brillantes, siempre culpables.

 

S: ¿Y ahora qué, Mulder?

M: Ahora nada, Scully –Cogiéndola de las manos-. Sé que debería habértelo contado antes pero es una etapa de mi vida de la que no estoy muy orgulloso que digamos. Además, no me pareció necesario. Al principio pensé que no era el momento, llevábamos poco tiempo trabajando juntos y no quería asustarte contándote que tuve una aventura con mi anterior compañera. ¿Qué imagen te habrías hecho de mí? ¡Además de “siniestro”, mujeriego! ¡Vaya reputación la mía! –Bromeando-. Y después… Después simplemente me pareció fuera de lugar, habíamos compartido tanto que contarte algo así justo entonces me parecía ridículo y sinsentido. Era darle un protagonismo que ya no tenía. Diana formaba parte del pasado, de un Mulder que ya ni siquiera es el mismo de ahora. Además, ella se había ido a Europa, no contaba con volver a verla tan “pronto”. Y mucho menos tener que trabajar con ella. Pero no tiene más importancia que ésta. Diana forma parte de mi pasado, y aunque no me guste, es así. Pero es eso, Scully: PA-SA-DO –Enfatizando cada sílaba de esta palabra-.

S: Mulder, no podemos darle la espalda al pasado, porque el pasado siempre regresa. –Y depositó una mano en su pecho-. Y un buen día, sin más, llama a tu puerta. Y cuando eso ocurre, debes estar preparado para enfrentarte a él. En tu caso, el pasado tiene un nombre: Diana. Y cuando llame a tu puerta…

M: … Le diré que se ha equivocado –Mirándola directamente a los ojos-.

 

Y entonces ocurrió. Sin más explicaciones, dilaciones, reproches, metáforas, ni palabrería barata. Simplemente me cogió de la cintura, me acercó a él hasta que nuestras respiraciones se confundieron, me levantó la barbilla y me derritió con su mirada, honesta y confiada. Vi sus párpados cerrarse, como a cámara lenta, y entonces supe lo que iba a acontecer. El beso. El anhelado beso. Y aunque quería cerrar los ojos para concentrarme en todas las sensaciones que él desataba en mí, no pude. Ver el rostro de Mulder acercarse lentamente al mío, cómo entreabría delicadamente sus carnosos labios para acoplarse estratégicamente a los míos, cómo deslizaba su húmeda y rugosa lengua tímidamente fuera de su boca y cómo ladeaba la cabeza con sumo cuidado para que nuestras prominentes narices (la suya más que la mía) no chocaran como dos obuses en plena batalla era un espectáculo al que no podía renunciar. Hasta que lo sentí. Una descarga eléctrica recorrió mi columna hasta licuarme las neuronas. No podía pensar. Sólo sentir. Sentir sus acolchados labios contra los míos y cómo su lengua reseguía mis contornos con la destreza de un felino. Quería morderla. Debía morderla. Pero él fue más hábil y aprovechó la oportunidad para colarse dentro de mí, contorsionándose dentro de mi boca hasta dar caza a su perfecto opuesto: mi lengua. Y nos sumimos en una batalla de saliva, sudor y humedad de la que ni él ni yo saldríamos victoriosos. Y ahí estaba, viviendo mi lúbrico sueño cuando…

 

G: ¡Agente Mulder!

 

No podía pasarme esto a mí. ¡Mi MOMENTO con Mulder y un niño de diez años me lo echa por los suelos!

 

M: ¿Qué ocurre Gibson? –Visiblemente alterado y dirigiéndose apresuradamente hacia la habitación-.

 

 

Dentro de la habitación

 

G: Están dando Los Vigilantes de la playa en la tele y como ha dicho antes que le gustan…

M: ¿Me has dado un susto de muerte, interrumpiendo lo que Scully y yo estábamos… hablando SÓLO para decirme que están dando Los vigilantes de la playa en la tele? –Con la respiración entrecortada-.

G: Básicamente sí. Bueno, eso y que ELLA está por llegar.

M: ¿Qué? –Jadeando por el esfuerzo realizado-.

D: Hola Fox –Asomando la cabeza por la otra habitación-.

M: ¡Diana! –Con cara de susto-.

D: ¿Sorprendido de verme? Por si no te acuerdas trabajamos juntos. Es más, me dijiste que viniera a relevarte. Y bueno, pensé que podría venir un poco antes y así hacernos un poco de compañía mutua. Además, podríamos aprovechar para rememorar viejos tiempos –y levantó la mano que hasta entonces tenía oculta tras su espalda mostrando sugerentemente una botella de vino-.

M: Vaya, ¿vino? Me parece que a alguien no le han informado muy bien de las normas del FBI: nada de alcohol o sustancias alucinógenas durante las horas de trabajo.

D: Las normas están para saltárselas –acercándose seductoramente hacia Mulder hasta quedar a escasos pasos de él-.

M: Suena muy tentador.

D: Es tu preferido, Fox –y arrastró la sonoridad de la x dándole a su nombre una sensualidad que hasta entonces desconocía-.

M: Aún te acuerdas –Echándole un vistazo a la botella de vino-.

D: Te lo dije antes y te lo repito ahora. No te he olvidado. Ni a ti ni a tus vicios secretos, eh? –y le pellizcó sugerentemente el trasero-.

M: Diana… Que hay niños… -sonrojándose-.

 

Su voz. Es su maldita voz. Me hipnotiza y anula mi voluntad. En algún momento desde que ha entrado en la habitación su voz ha dejado de ser humana para transformarse en un hipnótico y seductor siseo reptil capaz de nublar la mente de cualquier hombre y convertirle en un manipulable muñeco de trapo en sus manos. No la quiero, no la amo y apenas la deseo, pero aquí estoy, atrapado bajo su hechizo sin poder mover un músculo para huir de ella. Lejos. Muy lejos. Con Scully. Dios, Scully.

 

 

Mulder. Diana. Juntos. Muy juntos. Esto no está pasando. Esto no me está pasando a mí. Ahora, no, por favor.

 

Y Scully cerró los ojos deseando que, al abrirlos, la imagen de Diana y Mulder semiabrazados en la habitación contigua sólo fuera una proyección de sus inseguridades. Pero al abrirlos de nuevo la descarnada realidad se mostró más devastadora aún si cabe. Diana había consumido la distancia que le separaba de Mulder hasta llegar a sus labios. Esos labios que minutos antes la hicieron estremecer como a una quinceañera ahora besaban a Diana. Inmóvil delante de la puerta de la habitación sin poder apartar la vista de ellos, Scully apenas tenía fuerzas para contener las lágrimas. Emocionalmente se rompió en pedazos. Y, sin mediar palabra pero sin poder apartar la vista de ese devastador espectáculo que la tenía hipnotizada, deshizo sus pasos hasta su habitación, dos puertas a la derecha de la Mulder. Sólo el ruido de la puerta al cerrarse consiguió sacar a Mulder de su estado de hipnosis inducida.

 

 

M: Scully. ¿Dónde está Scully? –mirando desorientado a su alrededor-.

D: Fox, no pienses en ella ahora. Piensa en nosotros –Sujetando su rostro con las dos manos para que la mirara a los ojos y apartara su vista de la puerta de la habitación-.

M: Suéltame, Diana. No voy a caer de nuevo en tu juego. Esta vez no. Ya basta. Se acabó –y se deshizo de su abrazo con intención de salir de la habitación-.

D: No, Fox. ¡Esto no ha terminado! –Furiosa y agarrándole con fuerza del brazo-. Acaba de empezar. Se acercan tiempos difíciles y, en calidad de amiga, te aconsejo que escojas bien tus aliados en esta batalla. Ven conmigo y te daré lo que siempre has buscado. La Verdad. Sobre Samantha, tu padre, el Fumador, la Conspiración… Te lo puedo dar todo, Fox. En cambio ella… ¿Qué puede ofrecerte ella?

M: Lealtad, Diana –Y se desprendió de sus manos para dirigirse hacia la puerta-.

D: Te arrepentirás de esto, Fox. Y cuando lo hagas, yo no estaré allí para ayudarte. Ella no te seguirá siempre. Y terminarás solo.

M: Siempre he estado solo, Diana.

 

¿Dónde te has metido Scully? Te he dejado fuera, en el aparcamiento del motel. Tras el beso. ¡Dios, he besado a Scully! ¡Y a Diana! Joder, Mulder, ¿qué coño pasa contigo? Tardas cinco años en besar a Scully y escoges para hacerlo el mismo día que besas a Diana. Eres un capullo. Un hijo de puta de campeonato.

 

M: Scully, abre la puerta. Sé que estás ahí. Venga. Haz el favor… –Golpeando suavemente con sus nudillos la puerta de la habitación de Scully-.

S: Mulder, vete.

M: No pienso moverme de aquí hasta que me abras. Tú escoges: o hablamos como dos personas civilizadas dentro, cara a cara, o me quedo aquí fuera pasando un frío del carajo y despertando a todos los vecinos con mi monólogo.

S: Mulder, déjame en paz.

M: Muy bien, tú lo has querido –y se sentó en el suelo apoyando su espalda contra la puerta y empezó a hablar a grito pelado-. LO SIENTO, SCULLY. SOY UN CAPULLO. ME HE COMPORTADO COMO UN CRETINO MALCRIADO. Y SÉ QUE NO HAY EXCUSA PARA LO QUÉ HE HECHO. PERO ESO NO ANULA LO QUE HA PASADO ANTES ENTRE NOSOTROS. SCULLY…

 

Vecino: ¡Quiere callarse! ¡Hay gente que intenta dormir! ¡Vaya a hacer de Romeo a otra parte, cabrón!

 

M: Scully, si no quieres que venga la policía y me detenga por escándalo público haz el favor de abrir esta jodida puerta. O la tiraré a bajo –Y antes de que terminara la frase la puerta se abrió cayendo de espaldas sobre el suelo de la habitación-. Gracias.

 

La habitación de Scully estaba a oscuras. Sólo la tenue luz que se filtraba por la ventana iluminaba de manera fantasmagórica la estancia, donde las sombras de los muebles impedían hacerse una idea exacta de la ubicación de Scully.

 

S: Cierra la puerta, Mulder. Ya hace demasiado frío aquí dentro como para que, además, entre el de la calle.

M: Estás a oscuras…

S: Muy agudo, agente Mulder. ¿Ha necesitado graduarse en el FBI para llegar a esta conclusión?

M: Vamos, Scully, dame una tregua.

S: ¿Por qué? ¡Dame una sola razón por la que tenga que darte una tregua! Una sola.

M: Te daré dos. Porque todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, e incluso los peores monstruos de la sociedad tienen derecho a defenderse. Por favor, Dana…

S: Cinco minutos. Tienes cinco minutos, Mulder. Después te largarás.

M: Sé que mi comportamiento de esta noche no tiene perdón. Me he comportado como un auténtico neurótico contigo y con Diana.

S: Diana… Me preguntaba cuando tardarías en sacar a Diana en la conversación…

M: Sí, Diana. No pienso decirte que todo es culpa suya porque te estaría mintiendo. No sé lo qué ha ocurrido ahí dentro, Scully. Llámale ataque de narcisismo, nostalgia, curiosidad o, simplemente un episodio de gilipollez aguda. Pero sólo ha sido un beso. Un simple beso. Sin más importancia que ésta.

S: Sólo un beso sin importancia. ¿Cómo el de minutos antes en el aparcamiento? ¿Tan insignificante como ÉSE? –muy enojada-.

M: No, no, no. No tergiverses mis palabras, Scully. Son dos cosas totalmente distintas. Y sé que, en el fondo, tú lo sabes.

S: ¿Qué sé, Mulder? Dime, ¡¿qué sé?! –gritando- No sé nada. Sólo lo que me has dicho, que no es mucho. Y lo qué he visto. ¿Y quieres saber qué he visto durante todo el día de hoy? He visto a dos personas que estuvieron muy unidas en el pasado, he visto a una mujer dispuesta a todo para recuperarte, he visto la confianza y el respeto que sientes por ella, he visto el poder que ejerce sobre ti y… Y he visto deseo en tu mirada. Todo esto es lo que sé, Mulder. ¿Me he equivocado en algo?

M: Scully… Yo… No sé que decirte… Pero…

S: Mulder, no hace falta que digas nada. Ya está todo dicho. Ahora, lárgate. Tus cinco minutos se han agotado.

M: ¡No, no pienso moverme de aquí hasta que aclaremos esto de una vez por todas!

S: No hay nada que aclarar, Mulder. Mañana le pediré a Skinner un cambio de destino. Ya hace tiempo que debería haberlo hecho. Quizás Quántico sea la mejor opción para mí. Te dejo vía libre, Mulder. Por fin te librarás de tu compañera escéptica. Lo que hagas después, es sólo cosa tuya.

M: ¡No, no y no! Scully no puedes irte. No puedes dejarme. No ahora –y se dejó caer suplicando a los pies de la butaca en la que estaba sentada Scully-.

S: Ya está decidido, Mulder.

M: No, me niego a aceptarlo, Scully. No puedo creer que todo esto sea sólo por un maldito beso que, además, yo no di. De acuerdo, no hice nada para evitarlo, pero yo no la besé, Scully.

S: No es sólo por eso, Mulder. Desde el principio sabíamos que esto no funcionaría. Me mandaron para boicotear tu trabajo, Mulder. Esto era… temporal. Y ya ha durado demasiado. Cinco años son demasiados.

M: Quizás al principio fue esa la intención, pero tú me salvaste. Tus creencias y tu fe me han salvado en infinidad de ocasiones. Me han sostenido, me han hecho mejor persona. Y todo te lo debo a ti, Scully. Tú me has mantenido íntegro. No pienso renunciar a ti. Ni por Diana ni por nadie. No puedo perderte, Scully.

S: Mulder… Por favor… -con la voz entrecortada por el llanto contenido-. No lo hagas más difícil todavía.

M: Scully, mírame –y envolvió con sus dos manos el rostro de Scully hasta conseguir que sus miradas se cruzaran-. Mírame y dime que te vas porque ya no quieres trabajar más conmigo. Dime que me abandonas porque necesitas seguir con tu vida lejos de mí y de esta sección absorbente. Y dime que Diana no tiene nada que ver con esta decisión.

S: Me voy porque… -Y se detuvo, no podía decirle las verdaderas razones de su huida-. ¿Qué iba a decirle? “Mulder, me voy porque estando a tu lado me muero un poco cada día. Cuando te despides hasta la mañana siguiente, cuando cuelgas el teléfono de madrugada. Cuando llega el viernes por la noche. Cuando desapareces sin dejar pistas. Cuando le regalas una de tus mejores sonrisas a la chica de la cafetería… Me voy porque sin ti mi muerte será rápida, como cuando a un moribundo le quitan la respiración asistida. Una muerte limpia. Y a este tipo de muerte en vida, de vacío emocional, soy capaz de sobreponerme. A la sangría emocional del día a día a tu lado, no. Por todo esto, Mulder, me voy” -.

M: ¿Por qué? –Con impaciencia-.

S: Mulder, debemos aprender a vivir. A tener una vida fuera del despacho. Nos lo merecemos. Y hoy, viéndote con Diana, me he dado cuenta de que esa vida no te está vetada. Ella puede dártela. Y si no ella, otra en su lugar. Y yo no quiero estar a tu lado cuando ese momento llegue. Lo siento, Mulder. Ya no.

M: Pero yo no quiero a otra. ¿Tan difícil es de entender? No hay mayor ciego que el que no quiere ver, Scully –y acercó su rostro al de ella hasta que sus frentes se apoyaron la una contra la otra como tantas veces antaño-. Yo no necesito a nadie más que a ti, Dana. Sólo a ti. Y si mi comportamiento de esta noche te ha hecho dudar de mis sentimientos, lo siento. Ojalá pudiera borrar ese episodio de locura con Diana, pero no dejes que ese desliz, estúpido, infantil e irracional por mi parte, empañe lo nuestro.

S: ¿Y qué es lo nuestro, Mulder?

M: Lo que nosotros queramos que sea. Lo que nos permitamos a nosotros mismos –Entrelazando las manos de Scully con las suyas-. Yo sé lo que quiero, Scully. Aunque en la mayoría de los casos no sepa transmitir mis deseos, no tengo ninguna duda al respecto. Lo sé desde esa mañana de marzo que entraste en mi despacho. Y tú, ¿qué es lo que quieres?

S: Quiero dejar de echarte de menos –Sosteniendo su mirada cristalina-.

M: Pues parece ser que los dos queremos lo mismo.

 

Mulder, que hasta entonces había estado sentado en el suelo, se incorporó hasta apoyarse sobre sus propias rodillas. En esa incómoda postura estaba a la misma altura que Scully que, desde que había entrado su compañero en la habitación, no se había movido de la butaca. Parecía una estatua. Una bella e inaccesible estatua de alabastro. Aparentemente tan frágil y, sin embargo, con un núcleo tan sólido… El etéreo reflejo de la luna sobre su nacarada tez la envolvía de un halo de misterio que no hacía otra cosa que acrecentar los deseos de Mulder de besarla. Moriría por besar de nuevo esos labios. Suaves, cálidos, mullidos, aterciopelados, sabrosos, adictivos… Mulder deseaba besarla y borrar, con ello, el sabor amargo de los labios traicioneros de Diana. Pero temía su reacción. Se movían por arenas movedizas y no quería precipitarse y echarlo todo a perder. De nuevo. Esta recién estrenada intimidad entre ambos eran muy frágil todavía. Y un paso en falso podría ser nefasto. Pero estaban sus labios, esos labios magnéticos que gritaban en silencio ser besados…

 

M: Quiero besarte, Scully –Con su mirada clavada en sus labios carmesí-.

S: ¿Y qué te lo impide? –Su voz se había transformado en un seductor susurro-.

M: El temor a no ser capaz de separarme de ti si empiezo.

S: Estoy dispuesta a correr ese riesgo, Mulder.

 

Labios contra labios. Boca contra boca. Lengua contra lengua. Las palabras sobraban cuando se desataba la pasión. Un beso cálido, húmedo, salado, dulce y agresivo a la vez, desesperado, apremiante, hambriento. Un beso que exorcizaba todos los momentos vedados durante estos cinco años de franca y contenida amistad. Un beso que era más que un beso. Era una declaración de intenciones futuras. Un beso que despedía a dos buenos amigos y daba la bienvenida a dos amantes. Y, a pesar de todo, sólo era un beso.

 

M: ¿Te puedo contar un secreto, Scully? –susurrándole al oído tras separarse, a regañadientes, de sus labios-.

S: Ajá –Apenas con un hilo de voz-.

M: Tengo miedo a la oscuridad.

S: ¿Qué? No digas tonterías, Mulder –Riéndose con los ojos empañados aún por las lágrimas-.

M: ¿Quiere dormir conmigo y velar mis sueños, doctora Scully?

S: ¿Es una proposición indecente, agente Mulder?

M: Si lo fuera, ¿la aceptaría?

S: Mulder, ya sabes que dos agentes de sexo contrario no pueden compartir habitación mientras…

 

Y sus labios interrumpieron, de nuevo, la verborrea dialéctica de Scully. Y esa noche, como no podía ser de otro modo, rompieron una de las pocas normas del FBI que aún no habían quebrado. Mientras, dos puertas más allá, Gibson sonreía inconscientemente entre sueños. Los perfectos opuestos siempre terminan encontrándose. Aunque a veces sea necesario un tercero en discordia para que la verdad sea revelada.

 

 

FIN

 

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