fanfic_name = Desvío y paseo ante el mar

chapter = 2

author = Rain

dedicate = A Angelita que es un cielo. A tod@s los que me escribís comentarios y decíais esperar otro...Ten cuidado con lo que deseas...Y a cualquiera que se haya esforzado por ser un buen amigo/una buena amiga (vamos, a tod@s, supongo).

Rating = touchstone

Type = Angst

fanfic = •      Derechos legales: ¿Soy millonaria? No. ¿Mi e-mail ha rebasado su capacidad de tantos correos preguntando por la segunda película? No. ¿Me he pasado noches en vela tratando de decidir a qué personaje me cargaré la próxima vez? No. ¿Entiendo la mitología? No. ¿Soy capaz de escribir un beso entre Mulder y Scully y no quedarme ahí? Sí...Pues una vez realizado el test parece que no soy Chris Carter así que tengo que informaros de que Mulder y Scully no me pertenecen sino que son propiedad de Chris Carter, 1013 y Fox y que no intento violar los derechos de autor ni obtener beneficios económicos por medio de este relato. Y Carrotblanca pertenece a la Warner Bros.

•       Clasificación: MSR, UST, Angst. Y es un WIP con tres partes pero la idea es que sean semi-independientes, aunque creo que no está funcionando... Esta es la segunda y hay una primera subtitulada “Desvío”.

•       Rating: NR-13, o por ahí.

•       Spoilers: Hasta el final de la cuarta. Básicamente Memento mori y Never again.







PASEO





And I'm so sad like a good book

I can't put this day back

A sorta fairytale with you

A sorta fairytale, Tori Amos.







“Supongo que es lo que tiene trabajar en los expedientes X, te acabas haciendo a todo, todo acaba pareciéndote normal, telepatía, telekinesia, extraterrestres, conspiraciones, que la cabeza de tu compañero repose sobre tu vientre mientras ve una versión de Casablanca en la que Bugs Bunny es Rick y la pobre gata a la que persigue la mofeta es Ilsa y obviamente acabarán juntos porque semejante injusticia no se puede repetir. Te parece normal, como si pasase todos los días.

Y resulta normal que te hayas despertado con una caja de fresas delante, refrescos y un chiste sobre que una cosa es quedarse sin sexo y otra sin desayuno en la cama. Es normal, totalmente. También es normal lo que ocurrió ayer, todo es normal, lo que ocurrió y lo que no. Tengo que quitarme esa imagen de la cabeza, todas esas imágenes, ya. Es normal habernos quedado dormidos mirándonos mientras caían los párpados, hablando de citas desastrosas y amores platónicos de instituto (y ya puestos podemos decir que es raro que sólo de instituto). También tengo que librarme de esa imagen. Todo esto es muy normal. Lo único que no es normal es que Dios pretenda que no pequemos de pensamiento y permita que existan labios como esos.

¡Vale Dana, ya, se acabó! Mira la tele.”



En la tele la mofeta-azafato le preguntaba a Ilsa-gata “Café, té, moi?”  Mulder rió con ganas y su risa vibró sobre Scully. Lo que le hizo sentir también era normal.

Realmente se sentía como si aquello hubiese ocurrido cientos de veces, lo único extraño era sentirse así, sentir esa familiaridad. Indudablemente se conocían desde hacía años y habían pasado mucho tiempo juntos, muchos malos momentos, muchos buenos momentos, muchos días normales y muchas situaciones absolutamente fuera de lo normal.

Y todo aquello les había llevado a aquella cama y a ver juntos dibujos animados.

Normal.



Carrotblanca acabó y Mulder se estiró bostezando sonoramente, dejó un brazo apoyado sobre el muslo de ella, acercó la otra mano hasta la suya y comenzó a hacerle cosquillas en la palma.

-Te aburres.

-No, estoy bien, pensaba.

Pensaba que era...algo distinto a todo lo que era. Era atractivo, era alto, era delgado, tenía un cuerpo bien formado y tenía esa cara, esos labios, esos ojos de color indeterminable, de mirada intensa, y esa enorme nariz para dar realismo al conjunto. Pero no era eso lo que veía.

Mulder tenía luz. Tenía esa mirada, siempre triste, siempre atenta, siempre intensa,  siempre a punto de abandonarlo todo pero dando un paso atrás para buscarte, siempre gritando un “Quiéreme”, siempre firmando un “No te necesito”. Necesitaba y lo daba todo al mismo tiempo, con la misma fuerza, con ansiedad. Nada parecía importarle demasiado salvo algunas cosas, pocas, muy pocas. Y Scully sabía que era una de ellas, y empezaba a darse cuenta de su posición en la lista.

Mulder era luz.

-¿En lo a gusto que estarías en casa sin un pesado como yo?

Mulder era un niño pequeño y un hombre adulto. Necesitaba mimos mientras te cuidaba. Allí, recostado sobre ella y tocándola sin parar parecía tan a punto de decir “Mamá cuéntame un cuento que tengo miedo” como “Yo me ocuparé de todo. No tienes de qué preocuparte” pero curiosamente ninguna de las dos cosas sonaría falsa: necesitaba sentirse querido pero al mismo tiempo era un solitario, un autosuficiente orgulloso...

  -Estoy a gusto aquí.

Y Scully adoraba ambas cosas. Podía reconocerlo o no según el día, podía colocarlo en la casilla del compañerismo, en la de la amistad, en la de la necesidad de protección autoritaria, en la del instinto maternal, en la del deseo de sexo, en la del cariño, en la de la fraternidad incluso, pero el caso es que adoraba esa necesidad y esa capacidad de entrega unidas en el fondo de aquella mirada.

Se volvió hacia ella con una sonrisa pícara bailándole en los labios y se acomodó sobre su estómago casi mulléndola.

-Yo también.

Había sido una locura, había sido la mayor locura de la historia de su vida, llegar hasta el punto que había llegado con él el día anterior.

Lo había meditado mientras él estaba en su habitación cambiándose de ropa y sólo existían dos posibilidades: O aquella cercanía excesiva acababa con la ya habitual cercanía física que compartían o acababa con la poca lejanía que les quedaba.

La duda había sido indudablemente estúpida.

Había varias cuestiones que no entraban en la mente de Fox Mulder. De hecho, cuando Scully se aburría mucho en alguna vigilancia solía enumerar mentalmente todo aquello obvio para la mayoría de los mortales pero que no había lugar en el cerebro aparentemente desarrollado de aquel hombre:

La necesidad de cualquier ser humano de mantener un espacio personal a su alrededor en el que otros no entrasen siempre aparecía en su lista.

No es que le molestase, el verdadero problema era que no le molestaba.

-Vaya Mulder, siempre supe que renunciar a seguir aquel régimen a las dos horas de decidir seguirlo tendría su utilidad.

Tenía ya los ojos cerrados. Scully intentó encontrar algún adjetivo para definirle pero todo lo que pasaba por su cabeza eran antónimos. Parecía que se estaba durmiendo, ¡sobre su estómago!, había rodeado su cintura con un brazo como si fuese una almohada, y seguía jugando con su mano, como si contase una y otra vez los dedos.

Y no le molestaba, le parecía normal.

Mulder era algo así como un sobón, un pulpo, sólo que Scully hubiese jurado que el 99% de la población femenina que alguna vez había sufrido la presencia de uno mataría porque los típicos pulpos fuesen como él.

No porque fuese...bueno, como era; y no sólo por la ausencia de malicia, o intenciones siquiera, ni por sus inocentes “zonas-objetivo”; sino porque sabía acariciar. Como un arco de violín. Dominaba el arte.

-¿Régimen?-murmuró-Tú estás perfecta.

Sabía acariciar, sí señor.

Scully sonrió y osó revolverle el pelo.

-Ya, ya veo: ...para almohada.

En realidad no le importaba lo más mínimo si él consideraba que estaba gorda o flaca o qué. Pero en su estómago había mucho más que la presión de la cabeza de su compañero: Había una maldita convención donde se habían ido a reunir todas las mariposas del país. Y necesitaba estupideces que decir mientras buscaba el modo de ralentizar su respiración.



Se preguntó cómo habrían sido las cosas la noche anterior si las condiciones hubiesen sido otras, pero sabía perfectamente que lo que les había llevado allí, a ese desvío, a ese olvidar el trabajo y dejarse llevar, a la cercanía aún mayor, era precisamente lo que le evitaba, quizá sólo a ella, probable y prudentemente no debía ser así, seguir, dar el último paso.

El sexo sonaba a huída desesperada. Sonaba a droga. Sonaba a somnífero, a analgésico, a morfina.

Y eso era exactamente lo que quería.

Y aparte le quería a él.

Y no quería mezclar ambas cosas.

El concepto de paradoja quedó más claro que nunca para alguien que había realizado una tesis sobre una paradoja.

Paradójico.

Sonrió. Bueno, no tenía sexo pero tenía a Mulder, eso era mejor, ¿no? No hacía olvidar, no evadía, no permitía huir, no adormecía, no aliviaba el dolor, no tranquilizaba, de hecho la ponía bastante nerviosa...pero a pesar de todo era lo que quería.

Mala señal.

Tarde para pensarlo.

Se deslizó lentamente fuera de la cama pensando que estaba dormido. Necesitaba salir de allí.

-¿A dónde vas?-Se quejó en uno de sus ya habituales susurros sin siquiera abrir los ojos.

-Voy a ducharme, querrás salir un rato antes de comer, ¿no? Supongo que no nos hemos quedado para tirarnos el día en la cama.

-Empezaba a sospecharlo.

-Tú puedes quedarte si quieres y dormir un rato.

-No estaba pensando en eso.- Dijo con seriedad.-Scully.

Se volvió y desandó un par de pasos hacia la cama. El la miraba escrutándola, serio, preocupado incluso.

-¿Qué?-dijo con un hilo de voz.

-¿Quieres hablar de lo que ocurrió ayer?

-¿El qué?-dijo con su última esperanza de poder evitar aquel tema. Mulder le miró con cansancio. Adiós esperanza.- No, Mulder, no quiero.

-No crees que deberíamos.

-No.

-Lo lamentas.

-En estos momentos sí.-Parecía sorprendido, casi dolido-Sí,...si tengo que hablar de ello. Y analizarlo por partes y dar explicaciones y...todo eso.

-No te...he pedido eso.

-Simplemente ocurrió, ¿de acuerdo?-dijo con dulzura.

-Scully yo no pretendía..., sólo quiero que sepas que no pretendía...-hundió la cara en las sábanas, incapaz de explicarse-Dios no sé qué pretendía.





Era complicado, era muy complicado decirle que la deseaba y la quería y que ambos hechos no iban tan unidos como deberían ir para que pareciese una buena idea, y que el segundo ganaba con diferencia, con demasiada diferencia, con una diferencia excesiva. A pesar de ello, habría hecho el amor con ella la anoche anterior, y en esos mismos momentos, pero no sabía muy bien el porqué.

Y no era su estilo no saber el porqué.

Ella le miraba, como esperando una respuesta.

-Mulder, quizá las sábanas te hayan oído pero yo no.

-Da igual.





No tendría el valor, no podía tener el valor...Tenía el valor de empezar y no acabar... bueno eso le recordaba un poco a lo que ella había hecho pero no era en eso en lo que debía pensar.

-Qué.

Fue casi un grito.

Tardó en contestar. Se quedó mirándola intentando decidir cuál era el mensaje, cuáles eran las palabras, cuál era el sentido. ¿Cómo se decía aquello?

Quizá era una respuesta más para sí mismo que para ella:

-Que eres muy importante. Creo que eso es lo único que quiero decirte y lo único que quería decirte.

¿Por qué demonios aquel maldito hombre insistía en decir incoherencias en voz baja?

Se alegró de que la pared estuviese tan cerca: Apoyó el hombro contra ella. El seguía mirándola, como si aún no hubiese acabado de hablar. Como si aún estuviese diciendo. Sintió el escozor en los ojos.

-No hay más, no hay menos, hay eso.

¿Por qué demonios aquel maldito hombre insistía en decir incoherencias en voz baja?

  -Tú también,-murmuró Scully.

Se volvió con un intenso cansancio y abrió la puerta del baño.

-No recuerdo el antónimo, pero da igual porque ése no vale,-murmuró para sí.

El no pudo escucharla. Miraba su espalda desaparecer.

-Eso es todo,- se dijo.





Compraron varios bocadillos, fruta y bebidas y fueron a comer a lo alto de un acantilado que se levantaba a un par de kilómetros del pueblo. Era uno de esos días indecisos de primavera en los que cualquier cosa puede ocurrir, al menos en lo que al cielo se refiere: Hasta el momento se mantenía nublado y a punto de todo.





Scully recorrió el tortuoso camino con esa extraña sensación de sobre-oxigenación que solía acompañarla en los mejores y peores momentos. Estaba emocionada pero no sabía que hacer con lo que sentía, no sabía delimitar la causa ni mucho menos las consecuencias, sólo que se sentía casi casi feliz y fuerte.

Simplemente no estaba pensando en ello.

Pensó en darle las gracias de nuevo por aquella aún estúpida pero decididamente buena idea. Pero no lo hizo, sólo le tendió la mano para ayudarle a subir el último escalón que parecía tallado en las rocas por la erosión.

-Es un lugar precioso,-dijo entonces.





Se sentaron cerca del borde, mirando al océano y comieron casi en silencio.

No les resultaba extraño estar en silencio, a Mulder un poco, a veces, pero sólo porque a él siempre le resultaba extraño estar en silencio independientemente de quién estuviese a su lado. Pero, aún así, con Scully era distinto. A veces le costaba darse cuenta de que no estaban hablando, con ella siempre parecía haber una conversación abierta. Salvo esas veces...cuando ella se alejaba.

Se había recostado en el suelo mientras ella permanecía sentada mirando el océano. La camiseta se le había levantado ligeramente lo que le permitía ver la cabeza de una serpiente mordiéndose la cola.

Había muchas cosas que no sabía de ella. A pesar de todo lo que sabía, gustos, opiniones, reacciones, cualidades, defectos, ...en muchas ocasiones podía predecir sus líneas de pensamiento, sabía que tos era verdadera y que tos era fingida, sabía tantas cosas...Ignoraba tantas otras.

De pronto aquello cruzó su mente: “Con él sí se acostó.” Una frase fuera de lugar, 5 palabras, algo que quizá ni siquiera fuese cierto. Algo que no tenía derecho a juzgar, algo que desearía haber pensado en la forma “Se acostó con él” Porque en ese “Con él sí se acostó” iba implícito un “pero conmigo no.”

No eran celos, era el ruido de las olas, el olor a mar, flores y perfume de Scully en la brisa, era la hierba suave y esa serpiente, y esos centímetros escasos de su mano a la cintura de aquel pantalón, que podría bajar sólo un poco para verla completa, y luego arrastrar la lengua siguiendo aquel recorrido circular y eterno, porque Scully tenía que saber a sal en todo su cuerpo, y besaba como si siempre lo hubiese hecho de corazón, y sus manos eran firmes y lentas y pensativas cuando acariciaba, y sabía morder con la fuerza justa, y cualquiera de sus miradas daban para escribir un libro o dos, y aquella piel era tan suave que si intentase recorrer la serpiente probablemente acabaría resbalando y cayendo por su cadera, hasta perderse en algún recoveco de su cuerpo del que ya no querría salir nunca y...

Scully le estaba mirando. Con el ceño fruncido y una sonrisa interrogante.

-¿Qué?

-Sólo miraba tu tatuaje-, dijo con una tranquilidad que sorprendió a ambos.-Es bonito.

Scully sonrió con cierta tristeza.

-¿Por qué lo elegiste?

-Ni idea,- respondió con desinterés y casi sin mirarle-simplemente me gustó. Digamos que...me atrapó, lo elegí antes de decidir que lo haría.

-¿Crees que significa algo? Ya sabes, que te llamase la atención.

-Sólo fue un impulso.

Sólo fue un impulso. Sabía que aquello de “...pero conmigo no” tenía algo de positivo, una relación directa con el hecho de ser importante para ella,...pero era tan terriblemente represivo...

Acercó los dedos hasta rozar la tela pero de modo que ella no lo notase. No le estaba mirando, no parecía tener ningún interés en al conversación.

-¿Dolió?

-Sí y no, era un dolor extraño.

Ahora sí se volvió. Retiró la mano antes de que le viese. Se tumbó frente a él. En general le molestaba pensar en aquello, demasiadas sensaciones mezcladas, demasiado complejo, demasiado terrible. Y luego estaba el hecho de que alguna ley natural debería evitar que tu compañero de trabajo archivase a “tu último ligue aquel que casi te mata”, más cuando ellos no estaban precisamente en su mejor momento de entendimiento, cuando aquello ocurrió.

Pero algo hacía que esta vez no le molestase. Algo hacía que ya nada pareciese importante. Algo hacía que ya nada resultase raro con Mulder.

-¿Extraño?

-Era agradable en cierto modo, eléctrico. Sí, era un dolor extraño.

En realidad pensaba “Excitante”.

Y Mulder lo vio. Vio “Sexo” escrito en sus ojos y, por alguna extraña causa, el “...pero conmigo no” se transformó lentamente en un “Soy yo quien está aquí mirándola entre brotes de hierba, soy yo quien durmió con ella anoche, soy yo quien la abrazó, fue a mí a quien dijo “No me sueltes”. Soy yo quien no la soltó.”

-¿Excitante?-dijo sonriendo con cierta timidez.

Scully le miró entre anonadada y divertida.

-¡Oh, Dios, Santo!-dijo riendo.

Se tapó la cara con las manos e hizo algo que ninguno de los dos hubiese esperado: Dijo la verdad.

-Sí.

Siguió riendo nerviosa mientras él la observaba con una sonrisa satisfecha. Era él quien la veía reír a carcajadas. En un impulso tonto se acercó a su oído y le susurró:

-En realidad siempre lo supe.

-¿El qué?

La miró largamente, sus ojos, su pelo, sus labios...”que te excitarías al hacerte un tatuaje, que pegabas patadas dormida, que mordías, que te gustaba el ron, que te colgaste de un novio de tu hermana, que rayaste el coche la primera vez que condujiste sola, que besaste a ese James nosequé en la parte de atrás del patio por una apuesta y sabía a caramelos de menta...”

-Que sabías reír a carcajadas pero lo guardabas en secreto.

Se mantuvieron así, cara a cara, tendidos en el suelo, mirándose.



Ella comenzó a llorar, con calma, simplemente las lágrimas caían, ni siquiera cambió el gesto, seguía tranquila sonriendo, él sí, él preguntó con la mirada. Scully negó: Estaba pensando en lo maravilloso que era todo cuando no tener escritorio era un problema.

-Se me pasará, déjalo estar, sólo es un momento.

Se tumbó mirando al cielo. Él se acercó y besó su hombro con suavidad.

-Estoy aquí,-le susurró.

-Lo sé. Lo sé.





Al atardecer fueron al paseo de la playa, con el pelo y la ropa llenos de hierbas, las botas y los pantalones manchados de barro y la piel enrojecida por el sol. Caminaron lentamente, cansados pero animados. Scully no retiraba la vista del océano, era casi gracioso, parecía una niña en el escaparate de una pastelería.

El paseo estaba lleno de gente. El día había aclarado y estaba demasiado agradable como para quedarse en casa. Pasearon entre niños que corrían, mimos, vendedores ambulantes, parejas que se besaban, músicos con sombreros llenos de monedas, todo era tan normal, tan agradable, luminoso, lleno de vida. Tan poco habitual en cierto modo.

Compraron unos helados y se sentaron en un banco. En realidad habían dormido poco, Mulder en particular muy poco, y entre la resaca y el hecho de que habían recorrido unos cuantos kilómetros acantilado arriba y acantilado abajo estaban bastante cansados.

Se mantuvieron en silencio, abrumados en cierto modo por aquella explosión de vida normal. Scully los miraba hipnotizada por aquellas caras sonrientes y despreocupadas.



Entonces supo que ellos eran fantasmas. En un extraño sentimiento entre el deja vu y la predicción, entre el recuerdo de un sueño y una ensoñación de duermevela. Sintió como un escalofrío le recorría la espalda extendiendo por su cuerpo la certeza de que ellos no existían en ese mundo que les rodeaba: sólo eran fantasmas, o ángeles, o espíritus ajenos a todo lo material. Algo tiraba de ella hacía la lógica que tan bien dominaba, hacía la obviedad de que eran sólo dos personas más entre aquella multitud pero algo aún más fuerte la mantenía en aquella sensación de no pertenencia, de incorporeidad.

Deseó tocarle para comprobar que él sí estaba donde ella, dentro o fuera del mundo real pero al mismo lado. Le observó largamente. Tenía los codos apoyados sobre las rodillas y miraba con una mezcla de curiosidad, (deformación profesional), y desinterés a los viandantes mientras lamía su helado. Pensó en lo bien que quedaría esa lengua en cualquier parte de su cuerpo lo que le hizo sonreír, sin pudor para su sorpresa, había algo chocantemente tierno en aquel pensamiento.



Todos sus sentidos se habían quedado atrás en el tiempo, como rezagados, y aquella imagen llenaba su mente: Mulder. Mulder debía estar en su lado, fuese o no dentro de la realidad que les rodeaba, sino no podría verlo con tanta claridad, sentirlo como le sentía. No podía oír la música, sólo intuía un murmullo de fondo y cierto recuerdo de la misma, sólo le veía a él, sólo le sentía a él. Quería tocarle, porque sólo tocándole podía recobrar su conciencia, sus sentidos, y saber que él estaba allí, con ella, no con las figuras difuminadas y vivas que les rodeaban. Podía tocarle, sólo alargar la mano hasta su antebrazo y rozar la piel suavemente con las yemas de los dedos. Era tan fácil. Todo con él parecía tan fácil de pronto, tan posible. Podía sentirle hasta tal punto en ese momento que cuando él se estremeció en un escalofrío este se contagió instantáneamente. Se volvió hacia ella. Y ella supo que había sido la causa de aquel escalofrío, que de algún modo aquel viaje que estaba realizando por el interior de Mulder le había estremecido. Ahora le miraba entre extrañado y...cercano. Como si lo supiese.



-¿Qué?-Preguntó con una sonrisa. No sabía porque lo preguntaba, no sabía qué había sentido, sólo que Scully le miraba como si pudiese leer su mente.



Scully miró a su alrededor tratando de ubicarse en la realidad, en el paseo de playa, en el banco de madera blanca, en el atardecer dorado del Pacífico, en la multitud que paseaba comiendo helados con ese ansia de los primeros días de calor y en Mulder a su lado. Sólo Mulder, no otro alma en pena, como hacía unos minutos. Miró al frente, familias, niños que escapaban corriendo, padres que corrían detrás gritando amenazas de quedarse sin helado o sin montar en caballitos, parejas jóvenes, parejas más jóvenes, grupos de chicos y chicas que hablaban demasiado alto en un intento inconsciente de llamar la atención.

No, ellos no debían de parecer fuera de ese mundo, pero lo estaban.

Para cualquiera que pasease por allí eran una bonita pareja, probablemente casados hace poco, quizá ella médico y él psicólogo, seguro que tenían un pequeño apartamento, quizá un ático con buenas vistas, en Los Ángeles y una casita en los alrededores. Quizá estaban planteándose tener su primer hijo, quizá ya lo tenían y lo habían dejado con sus abuelos para pasar solos el fin de semana. Probablemente eso o algo muy parecido sería lo que pensaría cualquiera.



Lo que estaba claro es que a nadie se le pasaría por la cabeza que eran una pareja pero de compañeros del FBI que acababan de desmantelar una secta que pronosticaba el fin del mundo para aquel mismo día y que se habían quedado allí unos días porque ella se iba a morir muy pronto de cáncer y él, un paranoico con más razones que el 99% de los paranoicos obsesionado con la abducción de su hermana, con su trabajo en el que investigaba de forma más que obsesiva casos paranormales, había decidido que debían de dar un paseo, dejar de lado durante un par de días sus vidas de conspiraciones gubernamentales, poderes extra-sensoriales, mutaciones genéticas, extraterrestres y aquel “Oh-Dios-mío-Scully-se-muere” para sentirse un poco humanos y normales porque el hecho era que ella se moría y merecía algo de vida antes.

Nadie en aquel paseo habría pensado eso. Nadie habría acertado. Scully estaba segura de ello, y en esta ocasión no era la extraña sensación de estar fuera del mundo de unos minutos atrás. Sino la lógica más aplastante.

Y se odió a si misma y odió a Mulder y odió a todo lo que les había llevado a no ser lo que parecerían a cualquier persona normal.

-¿Cuándo fue la última vez que tuviste una cita, Mulder?



Se quedó de piedra: Dana “esmivida” Scully no hacía preguntas de ese tipo. No, ella se podía meter en su vida en muchos sentidos, podía subirse por las paredes porque él mirase a una mujer o porque una mujer se le echase encima en la cama sin comerlo ni beberlo, podía preguntarle si se sentía bien, como médico o como compañera, interesarse por si dormía o no, preocuparse por si un caso le estaba afectando en exceso, preguntarle cómo estaba su madre, sí, Scully preguntaba a veces. Pero no preguntaba por sus citas.

Escrutó su mirada intentando encontrar una razón para aquella pregunta. Incluso se le pasó por la cabeza que los hechos de la noche anterior tenían algo que ver...pero no lo creía, no lo entendía, ella permanecía impasible, con media sonrisa irónica y otra media tierna, parecía una profesora de primaria preguntando “¿Dónde están los deberes?”

-¿Mi última cita?-acabó diciendo con la boca semiabierta.

Scully sonrió. Y se encogió de hombros. Tenía un poco de miedo a que él diese a la pregunta un sentido equivocado pero lo desechó rápidamente. Cada vez se sentía más ridícula teniendo miedo de ridiculeces.

-Sí, no tienes porqué contestar y eso...No sé, sólo es una pregunta. ¿Lo recuerdas?

El tono irónico había subido en la segunda pregunta y Mulder empezó a entrever de dónde venía y a dónde iba aquello.

Recordaba la noche anterior, Scully, la mesa, sus manos atrayéndole, sus labios, su lengua, su respiración, su olor, su sabor recién descubierto, ese sonido indeterminable en su garganta vibrando, entrando en su cuerpo y haciéndole vibrar, el vértigo, su mirada después. Sí, recordaba perfectamente su último beso y más le valía dejar de recordarlo si no quería o transformarlo en penúltimo (idea tentadora pero quizá poco apropiada en ese momento) o que Scully pensase que más que acordarse estaba rememorando con detalles algún momento de su supuesta última cita en un lugar poco apropiado para ese tipo de rememoraciones.

Recordaba a Kirsten. Perfectamente. Aquella preciosa mujer perdida que le había acompañado en su soledad durante una noche. La recordaba a veces, con cariño, con tristeza.

Pero decididamente no recordaba su última cita. Aquello tenía que haber sido antes de Diana por lo menos.

-Por supuesto que la recuerdo.

Scully le miró con cariño. A veces Mulder simplemente no sabía mentir. Era triste, muy triste, un hombre que lograba con la mayor facilidad desde hacerse pasar por empleado para entrar en un edificio hasta meter trolas del tamaño del Himalaya a hombres entrenados para no creerse nada a veces simple y llanamente no sabía mentir.

-¿Me metería en tu vida si te preguntase cuánto hace de ella?

Miró al frente, a una pareja de unos veintipocos: El la llevaba de la cintura y le susurraba al oído algo que debía resumir el sentido de la vida a juzgar por la cara que ella ponía. Y luego le miró a él, fijamente. ¿Por qué demonios en lugar de “Scully intentando hablar de sexo” aquello parecía “Miss Winger pregunta por los deberes”?

-Sí, lo harías.

Intentó no sonar desagradable, de hecho intentó sonar sugerente. Pero lo cierto es que se sentía molesto, por la pregunta y por no tener respuesta.

-No es curiosidad, Mulder. No es que quiera que me lo cuentes. –Se sonrojó al darse cuenta de hasta qué punto no quería- Es sólo que...

Mulder la miró. Sonaba grave, sonaba triste, sonaba honesta. Espero a que continuase. Estaba evitando mirarle. Hizo un gesto con la mano refiriéndose a la gente a su alrededor.

-¡Hay mujeres y niños, Mulder!-acabó diciendo con una risa nerviosa.

-¿De qué me estás hablando, de un maldito naufragio?-rió él.

Entonces sí le miró, aún riendo. Daba gusto verla.

-¿Qué?

Dejó de reír pero mantuvo esa sonrisa de cariño a la que él se estaba acostumbrando demasiado, demasiado deprisa.

-Creo que lo que intento decir es...que tuvieron que forzarte a tomarte unos días libres para que fueses a Graceland.-se encogió de hombros-que estás aquí paseando junto a la playa porque...bueno, los dos sabemos porqué.

-Porque quiero llevarte a la cama-insistió él tratando de mantener un tono jocoso para desviarse de algo que no quería escuchar: Scully diciendo “vive tú que puedes”

No iba a soportar que Scully le hablase de mujeres, ni de niños, ni de naufragios, ni de Graceland ni de paseos por la playa. No iba a soportar que Scully se preocupase por él en esa situación. No iba a soportar...que se despidiese.

-Mulder, llevas años y tienes toda la intención de pasarte el resto de tu vida así. No digo que dejes el trabajo, ni siquiera que dejes de obsesionarte con él, sólo que...pasees de vez en cuando.



Necesitaba decírselo. No era el cáncer, no era la muerte, al menos no del todo, básicamente era aquella tarde, aquella noche, aquella mañana, era Mulder en su cama riéndose con unos dibujos animados, sonriendo a una chica y acariciándola, bebiendo té y haciendo chistes...era la infinita belleza de ver a Mulder intentando hacer feliz a otra persona y encontrándose en ello.

Ella había sido la otra persona.

Ella iba a morir.

Ella era la persona más cercana a él.

Y la única amiga no paranoica que tenía.

Sus conocimientos de lógica le decían que la síntesis resultante de aquellas afirmaciones se podía resumir en un vulgar “Mulder las va a pasar canutas”.

Llevaba años buscando a su hermana desaparecida, para que engañarse, sólo Dios sabía cómo. Había creado un mundo entero, una mitología con malos, muy malos y malísimos alrededor de ese hecho, había convertido la desconfianza en filosofía de vida, la fe en lo desconocido en religión, la tensión en hábito.

Sí, de acuerdo, ella no era su hermana, el trauma no sería el mismo.

Ella sólo era importante. Importante. Nada más, nada menos, eso.

O conocía muy poco a Mulder o eso se traducía a “Las va a pasar canutas”

Y no conocía muy poco a Mulder.

-Scully, yo no...

Ya no esperaba respuesta. Sabía que lo que intentaba era ridículo, que Mulder iba a derrumbarse dijese ella lo que dijese antes. Pero quería grabarle esas palabras.



Él lo sabía.

Lo tenía tan claro como que él no. Él no iba a ser feliz, el no iba a pasear junto a la playa con mujeres y niños...a él le quedaban los restos de todos sus naufragios. Aceptar el destino. Su destino era ése. Pero podía hacer algo: luchar por la verdad. Eso hacía.

-Scully yo he elegido mi vida en la medida en que he podido. Ya he destrozado a bastantes personas que no eligieron.

Le temblaba la voz.



-Mulder, yo también hice mi elección. Simplemente...-decidió que lo mejor era decirlo, todo era demasiado obvio para andarse con tonterías- no quiero que lo que va a ocurrir te afecte.

Él rió de forma tétrica. Se volvió una vez más hacia ella con los ojos cargados de lágrimas y le acarició la mejilla con el dorso de los dedos.

-No siempre puedes tener lo que quieres.



Se levantó y se dirigió a la barandilla que separaba el paseo de la playa.

Pensó en lo que acababa de decir, y en hasta que punto era tan sólo una cruda respuesta a lo que podía considerarse sin dudas “La mayor estupidez que Dana Scully había pronunciado en toda su vida”.

El sol ya estaba más allá del horizonte lo que dejaba el cielo a una inmensa luna llena que se reflejaba en el océano en calma.

Pensó en la luna, completa, en el océano, incompleto, en que las cosas demasiado grandes sólo podían verse completas desde lejos.

Deseo poder mirar desde lejos la noche pasada, aquel día, a sí mismo en ese preciso instante. Pero todo estaba demasiado cerca, golpeando, empujando en todas las direcciones.



-Sabes que hay una teoría según la cual la Luna salió de la Tierra dejando el Pacífico como una especie de cicatriz La Tierra giraba demasiado rápido, iba tan rápido que perdió la Luna.

Se había acercado y apoyado sobre la barandilla. Tenía una expresión extraña, soñadora.

-Por Dios, Scully, ni siquiera yo me creo esa teoría.-respondió sonriendo.

Ella le dio un golpe suave en el hombro e intentó imitar su voz:

-Oh, vamos, ¿es que siempre tienes que ser tan racional?-dijo mirándole con reproche fingido.

-De acuerdo, como quieras, a la porra la opinión de los astrónomos: La Tierra perdió la Luna por ir demasiado deprisa.-Sonrió, era gracioso verla defender una idea en la que ni siquiera creía sólo porque probablemente le parecía bonita.



Scully quería olvidarse de la conversación anterior, de su patético, infructuoso y al parecer iluso intento de algo tan absurdo como que él no se derrumbase tras su muerte. Todo aquello le parecía absurdo, todo aquello le recordaba a su madre en el hospital llorando de rabia, preguntándole cómo podía no haberla llamado. Quería olvidar todo eso. Quería pasear por la playa, bajo la luna llena, como si fuese una cría y tuviese toda la vida, sin saber cuanta, por delante.

-Me gustaba esa idea de pequeña, ¿sabes? Lo leí en algún libro antiguo. Pensaba que...era curioso que dos cosas bellas hubiesen surgido de un desastre.

Supo que iba a llorar y que no podría escaparse de él antes de hacerlo. Ya había pasado el brazo sobre sus hombros y la atraía lentamente hacia su pecho. No parecía compasión, parecía que pretendía ocultarla de todos aquellos extraños, de gente paseante que le hacía sentir una sombra, así que le aceptó, se hundió en su pecho-escondite y lloró, por todo aquello por lo que no había llorado en su vida por no tener donde esconderse.





Cuando volvieron al hotel después de cenar ni siquiera hubo preguntas: Scully abrió la puerta y la sostuvo para que él entrase, y él entró. Se sentó en la cama haciendo chirriar los muelles, se quitó los zapatos y se dejó caer, como si fuese su habitación, como si fuese su casa. No era precisamente la primera vez que actuaba así en su habitación, pero sí la primera vez que le veía hacerlo sabiendo que se quedaría.

-¿Por qué hemos cogido dos habitaciones, Scully?

-Para mantener las apariencias.

Se quitó los zapatos sentada en una silla y permaneció allí, mirándole.

-¿Qué apariencias? No estamos trabajando.

-Pero no estamos casados Mulder,-dijo fingiendo escandalizarse.

Mulder rió y la miró. Tenía esa sonrisa, esa maldita sonrisa. Pensó algo que se recordaba a sí mismo a menudo: Que algo sea difícil de entender no lo hace menos cierto.

Scully se levantó y se dirigió a la cama.

-Así que tendremos que portarnos bien, -dijo tumbándose a su lado y cogiendo el mando de la tele- hacer lo posible porque los muelles no chirríen y ver una película como buenos chicos.

Encendió la tele.

-Puedo elegir el canal.

-Bajo ningún concepto.





Scully apagó el “The End” de la tele dejando la habitación iluminada tan sólo por la luz de la luna y con la respiración de Mulder como único sonido. Se levantó y se puso el pijama Él dormía. Quería tumbarse a su lado y respirar su olor, sólo sentir su calor, sólo estar ahí.

Se apoyó contra la pared y le observó. Respiraba tranquilo. Le hizo sentir bien verle así.

Se tumbó a su espalda con cuidado de no mover mucho el colchón, aquellos malditos muelles...

Él se revolvió, de pronto ya no parecía tan tranquilo, respiraba con ansiedad. Scully rezó porque no fuese lo que parecía.

-Scully.

No, aunque ya casi lo deseaba ese “Scully” no era de ese tipo de sueño. No sabía de qué tipo era, pero no de ese tipo.

-Estoy aquí, Mulder.

Apoyó la mano sobre su hombro con suavidad. Deseaba demasiado abrazarle, acariciarle, como para hacerlo. Pero él parecía buscarla con la mano, tanteó su muslo y su cadera.

-Ven. Abrázame.

Sintió esas palabras recorrer su cuerpo, extenderse en todas las direcciones en forma de calor. Con la mano temblorosa rozó la de él que aún buscaba cintura arriba. Él se la tomó con suavidad y la metió bajo su camiseta, arrastrándola hasta su pecho, a la altura del corazón y la mantuvo ahí, con la palma abierta, con la suya sobre el dorso. Entonces su respiración se calmó de nuevo

No la de Scully. Ya no lo evitó, acercó su cuerpo al de Mulder, envolviéndole en la medida que le era posible, apretó el pecho contra la espalda, sus muslos bajo los de él. Hundió la cara en su camiseta e intentó evitar un profundo suspiro: No pudo. El debió sentir el aire caliente y, aún dormido, se revolvió y Scully trepó por su espalda arrastrando su cuerpo contra el de él, ya no podía pensar en si iba a despertarse o no, en si ya estaba despierto o no, en lo que ocurriría si lo estaba y se volvía en aquel momento. Le abrazó por los hombros con tanto cuidado como pudo. Quería despertarle, no podía creer que aquel hombre que nunca dormía no se despertase. Quería acariciarle. Pero se mantuvo así, temblando, abrazada a él, a la espera de recuperar algo de control. Entonces él dijo algo que la derribó totalmente.

-Tranquila, Scully: A partir de ahora todo irá bien.



Una sonrisa amarga se dibujó en su cara. Aún temblaba pero la razón era otra. Aún mantenía la mano contra su pecho, aún le abrazaba, aún más, se aferró a su cuerpo, real, palpable, presente. Indudable.

Porque era lo único que tenía.

Porque era obvio que Mulder soñaba, estaba muy lejos de allí, en otro mundo.



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