fanfic_name = Retorno Inesperado

chapter = 3

author = Luvi_trustno1

dedicate = Disclaimers: Mulder, Scully, William, The Lone Gunmen pertenecen a Chris Carter, la 1013 y Fox, no obtengo ningún beneficio económico por este relato.

 

Spoliers: Ninguno en particular.

 

Tipo: Un poco de Angst, un poco de MSR, creo.

 

Dedicatoria: a todos los que leen mis relatos, pero muy especialmente a Altamirus, a wendymsánchez1979, a menxtu, SpOoKyBLuE… gracias por obsequiarme su fe.

 

Nota 1: Quiero pedirles a todos mil perdones por haber tardado tanto en enviar esta parte de la historia, en realidad he estado más que ocupada últimamente, pero no he olvidado que tengo que cumplir mi parte del trato, así que aquí estoy nuevamente.

Nota 2: Hago leves referencias a Deadalive, Réquiem, Fight the future, Per Manun, Amor Fati y The Jersey Devil, de la Primera.

 

 

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Rating = arcadias_dream

Type = Romance

fanfic =

 

Resumen: Ahora que lo sabe cerca, Scully se encuentra hecha un mar de confusiones; con demasiadas interrogantes sobre lo que fue y lo que pudo haber sido y un secreto a cuestas, deberá tomar una decisión pronto o podría ser demasiado tarde.

 

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New Haven, Connecticut,

Apartamento de Katherine Zimmele

 

 

Katherine Zimmele apagó el computador portátil y lo dejó a los pies de su cama. Apenas saliendo del restaurante, Frohike le había alcanzado un disco. Ella, con su hijo de la mano, lo interrogó con la mirada.

 

- Las recibí esta tarde. Son unas notas que nos envió para un artículo, ¿querrías leerlas?

- ¿Por qué no me las dio cuando nos vimos?

- Dijo que tenía intenciones de hacerlo…

 

“…pero ahora que ustedes han tenido la gentileza de ponerme en contacto con esta adorable desconocida, he tenido que preguntar por ella a un viejo conocido suyo, un ex agente del FBI, quien me ha dicho lo erudita que es en materia científica y no quiero quedar como un idiota antes de invitarla a comer, así que háganme el favor de revisar esto antes de que ella lo revise y me condene a la guillotina..”

 

- Eso dijo…-en el rostro de Scully se dibujó una semi sonrisa.

 

“Algunas cosas nunca cambian”, pensó.

Ahora, ya enfundada en el pijama y la bata, caminó pesadamente hacia el dormitorio de su hijo, contiguo al suyo. Lo miró dormido desde el umbral. 4 años… crecía a prisa. Pero era demasiado pequeño para su capacidad de comprensión y análisis. Y menos mal, pensaba en aquel instante, que a ella nunca se le había ocurrido decirle que su padre estaba muerto, o que era un ruin, o que la había abandonado. Para William su padre se encontraba trabajando.

Lo increíble era que, pese a los razonamientos de que era capaz, él nunca le había hecho más cuestionamientos de los necesarios. Como si pudiera intuir que algo no estaba bien, que algo dolía.

¿Y ahora qué iba a decirle? ¿Qué había vuelto? Y si le decía que había vuelto… ¿pensaría el niño que debían vivir juntos?

 

“¡Dios!”

 

Aquello, pese a todo el sentimiento y a los recuerdos que quedara de aquel, para los efectos, debería estar muerto.

Se inclinó sobre el lecho y besó a su hijo. Sonrió sarcástica: aunque quisiera negar la paternidad de Mulder no podía: William era el vivo retrato de su padre; su cabello, ralo y rojizo cuando nació, se había tornado en una brillante cabellera castaña, su labio inferior algo más pronunciado y con la inconfundible línea en el centro, sus ojos incluso, a pesar de haber heredado de ella esa mezcla indescifrable de azul verdoso, se rasgaban en la medida perfecta para darle a su rostro la expresividad, ternura e ironía que ya se perfilaban en su carácter.

El día que Mulder lo viera, sin duda alguna sabría quien lo había engendrado.

Desde luego que ella tampoco pensaba negárselo. Había que abordar el asunto cuanto antes, de ser posible apenas él apareciera por los resultados del análisis.

Retrocedió sobre sus pasos y en casi tres años fue la primera vez que no pudo dormir. Se despertó siete veces sobresaltada, mirando el teléfono, como cuando –en un tiempo lejano- abría los ojos un minuto antes de que éste sonara.

Automáticamente volvió a tomar la computadora y a repasar las páginas escritas por él, claras, precisas, con un estilo varonil que no dejaba lugar a dudas, bastante más realista de lo que ella recordaba, incluso descarnado.

Ciertamente que la revista para la que colaboraba tenía un público bastante particular, pero estaba segura de que él gustaría, incluso desde el punto de vista científico, gustaría.

“Algunas cosas nunca cambian”, había pensado cuando Frohike le habló sobre su comentario.

Pero otras sí. Él mismo había cambiado mucho: tenía demasiadas experiencias recopiladas, era evidente que estaba curtido por la vida, conocedor de grandes y terribles secretos, a juzgar por sus insinuaciones, aunados a su mucha más desarrollada capacidad de analizar la psicología del ser humano.

Apagó la computadora y se llevó la mano derecha al rostro.

El asunto para ella ya no era aquel… Lo esencial eran los últimos cinco años casi había vivido en el vacío, sin una explicación.

Si al menos Mulder hubiera tenido el tino de esperarla unas horas más, si la hubiera hecho llamar aquella noche en lugar de escapar poniendo en riesgo su vida, si le hubiera advertido que no iba a volver…¿Y si lo hubiera hecho?

 

“¡Maldita sea!”

 

Se puso de pie y dejó la computadora portátil sobre la cómoda. Entonces abrió el cajón del extremo derecho. De debajo de la ropa extrajo una pequeña caja azul, igual a las que se usan para regalar una gargantilla.

La abrió.

Pero allí no había ninguna joya, o al menos no en el sentido estricto de la palabra.

Allí había un sobre, cerrado, sin remitente, sin destinatario.

Los ojos se le humedecieron y tuvo que llevarse una mano a la boca para ahogar un sollozo.

 

“¡Oh, por Dios!”

 

Quizás si lo hubiera abierto entonces… quizás si lo abriera ahora…

No, ¿qué sentido tendría? También para decir las cosas existe un momento, luego ya no tienen sentido.

Cerró la caja y la colocó en su lugar antes de meterse en la cama.

Y allí se preguntó por qué no la habría guardado en una de esas cajas que tenía en la parte alta del armario y cuyo contenido no recordaba.

Por qué siempre la tenía tan cerca...

Con estas reflexiones, cuando el mundo a través de su ventana empezaba a adquirir esa particular tonalidad azul profunda, se quedó dormida.

 

 

***************************************************************

 

 

Universidad de Yale, Connecticut.

Una semana después.

 

Durante todo ese tiempo no lo vio, pero el artículo firmado por George Hale que ella había revisado, y al que prácticamente no había hecho correcciones, fue publicado y acogido con entusiasmo. Era diferente en cierto modo, decía cosas que nadie había dicho aún, pero no era eso lo esencial, sino el hecho de que lo decía en modo diferente.

Los pistoleros le habían dicho que el semanario había elevado sus ventas, así que no tuvo dudas de que no tendría que hacer mayor cambios en el que estaba recibiendo en ese momento.

 

- Ya tengo los resultados de los análisis que me pidió ¿quiere que se los envíe a ustedes?

 

En la pantalla, el rostro de Frohike denotó la sorpresa.

 

- ¿Quiere decir que no has hablado con él? ¿No le has dicho aún que tiene un hijo?

- No se lo he dicho, pero él tampoco se ha aparecido por aquí.

 

Vio a Frohike levantarse de la silla e ir hacia el fondo de la habitación. El rostro de Byers apareció sereno y cordial en el monitor.

 

- ¿Quieres un consejo, Katherine? –ella sólo hizo un mohín con los labios- Aborda el tema cuanto antes. Cítalo tú. No eres responsable de tu silencio y Mulder no es un hombre que vaya a reprochártelo. De todos modos, él se fue antes de saberlo. Te daremos su número telefónico, cítalo y preséntale a tu hijo.

- Voy a pensarlo –fue su lacónica respuesta.

 

Pero no tuvo necesidad. Esa tarde había decidido ir a casa para almorzar junto a su hijo. No encontró a nadie, seguramente Rose había salido a comprar algo.

Lo que sí encontró fue el contestador automático parpadeando, así que se dirigió directamente a revisar sus mensajes.

Y lo primero que escuchó fue esa familiar voz varonil”

 

“Me gustaría hablar contigo. Tal vez te hayas olvidado de mi voz, soy… George Hale…He enviado ya un par de reportajes y de momento voy a hacer un alto. He encontrado un editor para mi primera novela y la estoy rematando. Te dejo mi número, si quieres verme hoy mismo, te lo agradeceré. Llámame. Si no me llamas, iré a buscarte mañana a Yale, yo…quiero despedirme…”

 

Scully no lo pensó dos segundos. Él le estaba diciendo que iba a marcharse y no iba a volver a sucederle eso de dejar las cosas flotando en el aire como si el péndulo se inclinara hacia el abismo.

Marcó el número. Reconoció la voz al instante.

 

- Soy Dana.

- No sé si habrás olvidado mi tono de voz –replicó Mulder- pero yo el tuyo no lo olvidé…

- Muy amable, pero no te llamo para saber si has olvidado o no mi voz. Acepto la cita. Si te parece, pasa por mi casa. ¿Sabes donde vivo?

- Desde luego. Iré a verte cuando quieras. Ahora mismo si te es posible.

- De acuerdo.

 

Ambos colgaron a la vez. Katherine Zimmele giró sobre sí y vio a Rose parada junto a la puerta, sosteniendo una bolsa de comestibles entre las manos.

Sin duda había oído su conversación.

 

- Mulder… -dijo con voz trémula- ha regresado… Supongo que encontró sus hombrecitos grises…

- No hables con ironía, Katherine.

- Claro que no… -admitió Scully un tanto desalentada- Ve a esperar a Will a la parada del bus escolar y prepáralo. No puede extrañarle que su padre haya regresado, siempre le hablé de él con gran afecto, para William su padre estuvo siempre cercano…

- También para ti…

- Afortunadamente –Scully decidió ignorar el comentario- no soy rencorosa. Dile únicamente que su padre ha regresado de México o del Congo, si quieres, pero háblale con mucha amabilidad, no permitas que sospeche que durante casi cinco años he estado esperando este momento.

- Tranquilízate –dijo la mujer con ternura mientras dejaba la bolsa de comestibles sobre la pequeña mesa del comedor- Todo saldrá bien.

 

Cuando Rose cerró la puerta, Scully dio vuelta sobre sí misma y quedó frente al espejo. Aquel le devolvió la imagen de una figura delicada pero no frágil. El cabello dorado cortado en forma desigual le daba a su rostro un aire más huidizo, casi calmado.

Vestía un pantalón azul marino y una blusa simple en tono verde azulado que se abría en el cuello y mostraba parte de su pecho.

Aquella figura que parecía casi indiferente, no tenía nada de aquello. Y es que sólo sus ojos, de un profundo tono marino, reflejaban el conflicto en su interior.

Aquellos cinco años parecían cinco minutos…

Se sobresaltó cuando oyó el llamado en la puerta, pero logró rehacerse con prontitud. Nadie hubiera dicho que aquella mujer, firme y segura, que asía el pomo de la puerta, podía tener el corazón recogido en ese momento. Abrió la puerta.

Quiso imaginar que acababa de vestirse para ir al hospital y que él se había adelantado a su encuentro; quiso imaginar que, seis años atrás, no se realizó era reunión en el despacho de Skinner y que él iba a buscarla en la mañana para decirle que lo habían suspendido porque había decidido “reducir un poco la visión” del auditor cuando cuestionaba el uso de los fondos que ambos hacían en sus investigaciones… pero había que ser realista, había que reconocer la existencia de aquel lapso de tiempo que era difícil de llenar y tal vez de explicar.

 

- Pasa Mulder –dijo serenamente.

- Tienes un apartamento precioso –también él se veía sereno- aunque algo diferente al que ocupabas en Washington…

 

Ella no se volvió, continuó caminando, pero dejó oír su voz. NI fría ni cortante, solo apaciguada.

 

- Creo que nadie quiere recordar aquello…

- Tienes razón. Yo no he venido a disculparme. Entendí desde un principio que nunca tendría disculpa mi actitud.

- Siéntate –dijo ella por respuesta- ¿Quieres beber algo?

- ¿No tendrás un poco de té helado?

 

Vuelta aún de espaldas, ella tuvo que cerrar los ojos y apretar los labios un par de segundos. No estaba segura de si aquella reminiscencia de cosas pasadas llevaban algo de ironía o simplemente melancolía.

Silenciosamente se dirigió a la cocina.

Desde luego que ella tenía té helado. A su hijo le gustaba también…

Regresó con un par de vasos, le ofreció uno y se hundió en el sofá frente a aquel en que Mulder se hallaba sentado, con las piernas cruzadas y la mirada interrogante.

 

- Cuando te fuiste, los Pistoleros me ayudaron a conseguir una identidad falsa. Skinner facilitó mi salida del FBI y conseguí colocarme como profesora auxiliar en el departamento de biogenética en Yale y en mis ratos libres empecé a colaborar con ellos cuando decidieron sacar al público su semanario.

- Poniendo la nota de credibilidad a las teorías de esos tres chiflados –sonrió apenas él- Yo no tuve esa suerte ni el tiempo para aprovecharlo intelectualmente. Tuve que aprender a suministrarme las dosis de antivirales que indicaste y luego sólo pude dedicarme a sobrevivir y a buscar, dormir en mazmorras húmedas con cucarachas y ratones como alimento, insolado en el África o arrastrándome en el hielo ruso…

- No esperas que te compadezca…

- No –sonrió abiertamente- claro que no. En realidad todo lo que viví me hizo madurar respecto de mis convicciones, incluso me hizo algo más escéptico…- ella arqueó una ceja- no frustrado, sólo que tuve que aprender a buscar las pruebas tangibles y científicas yo mismo… No sé si para bien o para mal, el hombre que salió casi a rastras de aquel hospital no es el mismo que saldrá por esta el día de hoy…

- No entiendo por qué me dices eso…

- Te dije al teléfono que quería despedirme. Encontré un editor en California y mañana mismo pienso viajar para llevarle mi primer original. Sé que los temas que abordó no son fácilmente digeribles en el mundo científico, pero quizás si empiezo a introducirlo como parte de la literatura, poco a poco conseguiré que George Hale pueda gozar de cierta credibilidad y un día podré hablar más libremente de todo aquello que he descubierto…

- Tengo que decirte algo –cortó ella de repente- y quiero decírtelo ya. Y no porque me sienta responsable de nada, sino porque soy conciente de que las cosas deben decirse en el momento justo y porque no quiero hacer daño a una tercera persona, Mulder.

- ¿Tienes una pareja? –la pregunta brotó de sus labios sin que la pudiera reprimir, sin pensarla siquiera.

- No estoy hablando de novios ni de amantes –cortó Scully- hablo de algo mucho más importante, mucho más íntimo.

- No entiendo Scully, ¿tiene el asunto algo que ver conmigo?

- Claro que tiene que ver. Y lo verás entrar por esa puerta en unos minutos. Sólo te pido desde ahora que no te sobresaltes, no te alarmes. Te fuiste y no te lo estoy reprochando. Pero el caso es que no supe más nada de ti y no tienes idea de lo que dejaste atrás…

- Claro que lo sé, Dana. ¿Piensas que me fui porque estaba huyendo? ¿Piensas que tuve un arranque de locura? Me conoces lo suficiente para saber que nunca he fingido. El día que salí de ese hospital lo hice conscientemente, lo hice porque sabía que mi presencia y mi recuperación ponían en peligro tu vida. No esperaba que me mires con odio, traté de decírtelo en la carta que te dejé, pero al parecer no lo hice con la suficiente claridad, imagino que porque acababa de salir de un ataúd, me fui porque quería protegerte y porque, qué caso tiene que te lo niegue ahora, yo te amaba y si te digo la verdad, nunca he dejado de quererte. Pero no vengo a declararte mi amor, sería estúpido a estas alturas. Vengo porque quiero que seamos amigos, aunque probablemente no lleguemos a la relación de confianza que teníamos; vengo porque voy a marcharme y no quiero cometer el mismo error de entonces…

- Eso suena a un párrafo de una novela…

- Me conoces bastante bien aunque no hayamos estado juntos durante casi cinco años… Ahora dime qué es eso tan importante que tienes que decirme.

- Te voy a dar un gran susto y quizás una responsabilidad que no deseas, pero quiero que quede claro desde ahora que no quiero que te sientas responsable de nada.

 

Sin saber por qué, Mulder apuró el contenido restante del vaso en un solo trago, un trago largo y luego se quedó mirándola con aquella expresión que él le mostrara muchos años antes, cuando se hallaban en un edificio federal buscando una bomba. Scully sólo supo curvar los labios en una sonrisa mitad sarcasmo, mitad tristeza.

 

- Desde el comienzo de esto tuve miedo, del cómo y el por qué… Lo habíamos intentado y todo resultó imposible y… y… -los ojos de ella se humedecieron y parecieron iluminarse como cuando el sol se refleja en el mar- de pronto estaba allí, el milagro al que dijiste que no debía renunciar.

 

Mulder se había quedado estupefacto. Ella aún no había hablado con claridad, pero cuando pronunció esta última frase, las imágenes se le agolparon en la mente. Verla entrar por esa puerta, con aquella expresión de inmenso vacío que lo hizo sentirse más fracasado que nunca, tomarla entre los brazos y estrecharla con fuerza, besarla en la frente para reconfortarla. “Nunca renuncies a la posibilidad de un milagro”, le había dicho y ella huyó de sus labios y depositó un beso en su mejilla, a esconder la cabeza en su cuello mientras lo besaba… Recordaba que él había buscado sus labios esa noche… y sus cuerpos y sus almas se fundieron en la misma llamarada, coloreada con el tono sublime del dolor compartido durante años, de amor escondido durante siglos tras una puerta entornada que por fin decide abrir.

 

- Dime que lo que estoy pensando…-murmuró Mulder como si besara cada palabra- es incierto.

- Lo supe el día que desapareciste en Oregon.

- En el hospital, cuando me encontraron…

- Estabas tan aturdido que no te diste cuenta… fui por la mañana a decírtelo y… bueno, no te encontré. Nunca pude decírtelo…

- ¡Dios Santo! –Mulder apoyó los brazos en sus rodillas, dejando caer la cabeza hacia delante en un reiterado movimiento negativo- ¡Dios Santo!

 

Sí, valía la pena que un no creyente clamara a Dios frente a la verdad que acababan de revelarle. A ello le siguió un silencio que pareció eterno. Se diría que Mulder nunca iba a levantar la cabeza, pero lo hizo, lentamente, y sus ojos, inmensamente abiertos, se clavaron en la mujer que estaba frente a él.

 

- Un hijo… -murmuró- …tuyo y mío, Scully.

- Sí.

- No sé que decirte… -una diáfana corriente cristalina se formaba en sus ojos.

- Se llama William, como tu padre…

 

Él se puso de pie con los puños apretados y empezó a caminar.

 

- Así no se arregla nada Mulder. Sólo hay que enfrentarlo.

- Lo sé –se detuvo frente a ella- ¿pero qué puedo decirte? ¿qué puedes decirme tú a mí? Yo sé que ahora no tienes un arma, pero podrías golpearme y sólo te quedas ahí, impávida como si no estuvieras destrozada por dentro… como si no me estuvieras destrozando…

- Yo no intento destrozarte, Mulder. Sólo te digo que eres padre de un niño de cuatro años que va a entrar por esa pureta en unos minutos junto a Rose, una mujer que se ha convertido en mi mayor apoyo desde que te fuiste y me vi obligada a renunciar a mi familia. William va al Jardín de Infancia, juega, sale y entra y es un niño como tú en miniatura. Nunca podría negarte tu paternidad, porque es tu retrato.

- ¿Y me lo dices así?

- ¿Qué más quieres que te diga?

- No lo sé, Scully, no lo sé… Podrías reprochármelo, maldecirme… porque realmente me fui para evitar que te lastimaran, para evitar que tuvieras que dejarlo todo, pero en realidad te abandoné sin preguntarte nada… tal vez si hubiese aguardado tu regreso, si te hubiera preguntado si querías que me fuera, me hubieras dicho que me quedara… Es que no podía soportar la idea de que lastimaran a la mujer que amaba y sé que lo sabes…

- Hay algo más que no te he dicho –cortó ella. Ante la mirada interrogante, empezó a hablar despacio- Hill, él… no estoy muy segura pero él tiene… habilidades especiales…

- ¿A qué te refieres?

- Él puede percibir cosas… es un niño bastante precoz en sus razonamientos y…

 

Se escuchó el zumbido del ascensor y en seguida los pasos apresurados del niño corriendo, seguido de los pasos pausados de la vieja Rose.

Mulder se giró sobre sí mismo y se encontró ante una imagen que él reconocía como a sí mismo en las viejas fotos de la familia Mulder.

 

- ¡Papá, papá! –entró gritando el pequeño -¡Has venido al fin!

 

Mulder no supo qué decir. Tampoco tuvo tiempo, porque William corría hacia él y metía a cabeza en el estómago de su padre y seguía llamándolo “papá”.

Nunca esa palabra produjo en hombre alguno semejante emoción. Fox Mulder, alias George Hale, se había considerado de muchas maneras: sarcástico, impulsivo, irreverente… pero nunca sentimental. Sin embargo, alguna vez, cuando estuvo a punto de perder a su compañera por el cáncer, descubrió que era sensible a extremos aunque no lo pareciera. Y ahora sintió que sus ojos algo se humedecía sin control y rodaba por la piel.

Apretó al pequeño contra sí y no acertó a decir ninguna palabra.

Después, sin soltar al niño, levantó la cara y miró a la vieja mujer como si la conociera de toda la vida.

 

- Hola Rose

 

La pobre Rose sí lloraba, pero también sonreía.

Scully, sin denotar el nudo que atenazaba su garganta, se dirigió a ella.

 

- Rose, el señor se quedará a comer. Prepara todo por favor…

- No es necesario que te preocupes por mí…

- No se trata de ti, se trata de… nuestro hijo.

 

El niño miraba extasiado a su padre, memorizando los detalles de su rostro, como si se tratara de la primera estrella en un firmamento nuevo.

Mulder se puso en cuclillas y tomó el rostro del pequeño entre sus manos, le besó la frente y luego apoyó su rostro en el de su hijo, tocando la pequeña nariz de él con la suya prominente.

 

- Ya has visto a tu padre, ya lo has abrazado, Will… ahora ve y lávate las manos, lleva tu mochila a tu habitación y luego vuelves a reunirte con nosotros si quieres.

 

El niño asintió con la cabeza. Miró a su madre con una sonrisa.

 

- Todo estará bien mamá –dijo y luego, tras sonreírle a su padre, se dirigió hacia su habitación.

 

Mulder miró a Scully con gesto sorprendido, mientras ella lo miraba con los ojos muy abiertos. Era como si trataran de penetrar sus almas a través de ellos en busca de la verdad, como cuando eran capaces de comunicarse con la mirada, hasta que el silencio se hizo demasiado grande como para poder traspasarlo.

 

- ¿Qué haremos ahora? – murmuró él al fin.

- ¿A qué te refieres?

- Dana, escucha, yo… Esto es lo más increíble que me ha sucedido en la vida, lo pensé tantas veces cuando me pediste que fuera el padre de tu hijo y tuve miedo porque no quería que cambiara nuestra relación…

- Ahora ya no tenemos ninguna relación.

- Ahora tenemos un lazo, Dana… Jamás pensé que todos los miedos pudieran irse con esa sonrisa… Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero quizás…

- Por favor, dejemos las cosas como están… A veces el mejor modo de hacer algo es simplemente no haciendo nada, ¿no crees?

 

Él asintió. En ese momento, ya asomaban Rose con William tras de ella.

Ese día, William se tardó más de lo habitual en comer, tan extasiado como estaba en la contemplación del rostro de su padre.

 

 

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Un mes más tarde.

 

Desde luego que George Hale fue a California y vendió los derechos de su libro. Y desde luego regresó a Connecticut, donde abandonó el cuarto del hotel donde había estado hospedado y rentó un apartamento, muy a su particular estilo, donde su pequeño pasaba algunas tardes entre semana y los fines de semana enteros. Y evidentemente se sentía bastante libre y a gusto con su padre, pues éste le había llenado una enorme caja con juguetes, naves espaciales y ovnis incluidos, los cuales podía dejar en cualquier lugar sin escuchar una llamada de atención.

Pero lo que más disfrutaban ambos eran las mañanas de béisbol.

Apenas regresó de California, Mulder gastó parte de su flamante cheque comprándole un uniforme, el bate y media docena de pelotas y un guante. Le había pedido a Scully que los acompañara pues ella conocía la talla justa.

 

- No lo malcríes –le había dicho ella- No me parece adecuado gastar tanto para disfrazar a un niño sólo para que le de a una pelota.

- No le hagas caso –susurró él al oído de su hijo- a tu madre le fascina el béisbol.

- Pero ella nunca juega béisbol…

- Eso es porque ella sólo lo hace conmigo –dijo él pícaramente.

 

Scully le clavó una de esas miradas fulminantes que solía tener con él mientras con el dedo índice le hacía una advertencia.

Pero en el fondo, ella se sentía feliz. Mulder seguía siendo el mismo en muchos aspectos, pero la faceta de padre recién la estaba aprendiendo y ella iba siguiendo paso a paso todo su aprendizaje.

Como años atrás lo apoyara en sus más absurdas teorías, tratando de poner el piso que faltaba en cada paso que daba, así lo estaba haciendo respecto de la tarea de su paternidad y él, en medio de las consultas, fue reingresando sutilmente en su mundo.

De pronto, nuevamente sonaba su teléfono a las tres de la mañana porque Mulder quería su opinión sobre si le compraba una camiseta con un enorme extraterrestre estampado en el centro o una con muchos platillos voladores pequeñitos, o quizás porque no se decidía sobre llevarlo a ver una película de vampiros o a la casa del terror.

 

- Oh por Dios, llévalo a zoológico –le decía ella con voz somnolienta.

 

Y poco a poco, con la excusa de mostrarle lo que había comprado, pasaba más tiempo metido en el laboratorio, hasta que era hora de recoger a Will de la escuela. Porque desde que regresó de California, William Zimmerman olvidó, con mucho placer, lo que era viajar en el bus escolar.

Pero ese día sonó el teléfono a la hora del desayuno.

 

- Hola –la voz calmada de la vieja Rose.

- Rose, soy yo.

- Hola George.

- ¿Es papá? ¡Déjame hablar con él! ¿Papá?

- Hola campeón… tengo que darte una mala noticia. Hoy tendrás que coger el bus…

- ¿Por qué? ¿te irás otra vez? –en el rostro del niño se dibujó una expresión de susto que sobresaltó a Scully.

- No, sólo voy a hacer un viaje de un día a Washington. Volveré en la noche y mañana te llevo a la escuela ¿si?

- Está bien.

- Sí, está bien. Pásame con mamá…

- Mami, papá quiere hablarte.

- ¿Hola?

- Scully, voy a Washington por hoy.

- ¿No es Washington un poco peligroso?

- Prometo no meterme en problemas pero necesito que a tu vez me hagas una promesa.

- Eso no es parte del trato…

- No va a matarte Scully…

- De acuerdo, ¿de qué se trata?

- Quiero que nos encontremos esta noche en el restaurante La Font.

- ¿Qué? Pero…

- A las nueve. Me voy porque están llamando para abordar. Te veo allí a las nueve –colgó.

 

Katherine Zimmerman se quedó mirando el auricular que aún sostenía en la mano, con expresión más confundida que molesta.

Claro, bajo esa expresión se ocultaba el miedo.

 

 

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Restaurante La Font.

9.00 p.m.

 

Con la puntualidad que la caracterizaba, entró al restaurante vistiendo un traje azul, largo, de seda, sujeto en el busto por dos tirantes y sobre sus hombros un chal plateado de flecos largos. Desde luego que el traje no lo había escogido ella, sino su hijo, pero eso pasaba a segundo plano.

Para su sorpresa, él ya la esperaba, vestido con un traje negro, corbata a tono y camisa gris de seda. Le recordó la maldita reunión en la oficina de Skinner previa a su desaparición.

Alejó esos pensamientos de su cabeza cuando él se puso de pie al verla, dibujó una sonrisa en sus labios y se acercó a la mesa adornada por dos candelabros y un centro de flores.

 

- Estás bellísima –dijo él colocándole la silla.

- Gracias –dijo ella arqueando una ceja. Le sonaba raro un comentario de esa naturaleza en sus labios.- ¿Quieres decirme cómo piensas pagar la cena en un lugar como éste?

- ¿Quién dijo que pensaba pagarla? –él sonrió- la que trabaja en la universidad eres tú.

- ¿Qué? Pero…

- Bromeaba, Scully, bromeaba. Antes eras más impasible ante mis chistes…

- No cuando tenía que pagar tu desayuno luego de sacarte de la cárcel por estar buscando mujeres bestia.

- No seas rencorosa. En realidad te dije que vinieras porque quiero celebrar…

- ¿Celebrar qué?

- Que hoy he concretado la venta de mi segundo libro…

- Pero Mulder, apenas hace un mes que vendiste el primero ¿cómo has hecho para escribir otro tan pronto?

- Ya lo tenía avanzado. Este mes me he dedicado a perfeccionarlo. Por eso fui a Washington.

- Pues te felicito –ella sonrió.

 

Ambos se veían bien, sus miradas reflejaban la felicidad que sus labios no expresaban y era evidente la intimidad que empezaba a surgir esa noche.

Scully tenía las manos más frías que de costumbre, mientras que Mulder parecía tenerlas más calientes, o al menos eso le pareció cuando él le acarició el brazo izquierdo mientras le pedía disculpas antes de dirigirse al baño.

Sí, definitivamente quemaba y ella podía reconocer como brotaba la pasión se adueñaba de ella.

También Mulder sentía que algo ardía en su interior, especialmente cuando ella se llevaba la copa a los labios, cuando se los humedecía con la lengua mientras lo miraba retadora.

Pero él reconocía que no era sólo pasión, era el recuerdo de noches pasadas, era el amor tan fuerte que sentía por ella y que había sido capaz de resistir la separación de estos años.

Intentaron controlarlo, había que reconocerlo.

 

- ¿Por qué Zimmele?

- Es el apellido de soltera de mi madre.

 

No supieron cómo ocurrió. La servilleta resbaló del regazo de Scully y ambos se inclinaron para recogerla, encontrándose sus rostros demasiado cerca.

No esperó a que se levantaran. Mulder asió su rostro con ambas manos y la besó en la boca.

Reconoció sus besos… eran los labios de siempre, hábiles, suaves, insinuantes, excitantes…

Un largo escalofrío la invadió y no pudo separar sus labios de los de él. Por el contrario, hizo el beso más exigente, más intenso.

Por eso, cuando ambos se levantaron, Mulder la tomó por los hombros y le dijo con un susurro trémulo:

 

- Ven a mi departamento, quiero invitarte una copa, la última copa. O tal vez la primera de esta noche… y nunca la última para nosotros.

 

La ayudó a ponerse de pie y a colocarse el chal. Dejó cancelada la cuenta y blandamente la empujó hacia el exterior. Scully no afirmó ni negó, pero supo que iría así que sólo se dejó conducir. Y mientras lo hacía, supo que cinco años no significaban nada, que era como si todo se iniciase en aquel instante.

Alguna vez hablaron sobre eso: que todas las cosas ocurren por una razón.

No cabía ya ir contra el destino. O aceptaba las verdades sinceras y contundentes o continuaría flotando en el vacío.

Entre ellos se rehizo el hechizo de palabras reveladas en silencio. Como si no hubiera un lapso de por medio, se reconocieron uno al otro, paso a paso, en cada rincón. El silencio dio paso a los susurros, los susurros a las respiraciones entrecortadas y luego los gemidos hasta convertirse finalmente en besos exhaustos y en un único susurro, lo único por lo cual todo valía la pena

 

- Te amo…

 

 

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El chal con flecos estaba tirado por algún lugar en el living, el vestido de seda mezclado con la camisa de Mulder a los pies de la cama y allí, en la penumbra, había sólo una verdad, hacer realidad todo lo que no habían intentado antes, por miedo.

A través de la ventana se filtraban los primeros rayos de luz del amanecer.

 

- Dejaremos a William con Rose un par de días; quiero llevarte a California…-la voz masculina se oía en un tono muy bajo- o a cualquier lugar en la costa. Necesito revolverme en la arena y sentirte como te sentí siempre en mis sueños. No me digas que no…

- No te lo diré.

- ¿Sería mucho pedir que me dijeras algo más concreto?

- ¿Como qué?

- Que me quieres, por lo menos –le dijo sonriéndole.

- Siempre y cuando hagas algo por mí.

- ¿Y qué es? –interrogó él situándose sobre ella en un solo y rápido movimiento.

- Que me alcances mi bolso.

- ¿Tu bolso? –ella asintió- Había olvidado lo romántica que eres…-dijo resignado.

 

Sin cubrirse siquiera, él fue hacia el salón donde ella había dejado caer el bolso plateado. Lo recogió y lo llevó. Volvió a situarse a su lado antes de entregárselo. Luego pasó su brazo bajo la nuca femenina.

 

- ¿Qué buscas?

- Esto –dijo ella extrayendo un sobre blanco, sin remitente, sin destinatario- ¿Lo reconoces?

- ¿Es lo que creo que es?

- Sí… No sé porqué lo metí al bolso esta noche… Imagino que es el último paso para dejar atrás el pasado.

- ¿Quieres decir que nunca lo abriste?

- No… creo que tuve miedo…

 

Extrajo el pequeño papel que contenía el sobre, mostrando los trazos débiles y temblorosos de un hombre que acababa de regresar de la muerte de su cuerpo y se sumergirse en la muerte de su alma por decisión propia.

Ambos lo leyeron silenciosamente y los ojos de Scully se llenaron de lágrimas.

 

- Oye…-susurró él secándole las mejillas con los pulgares- Eso pertenece al ayer…

- ¿Todo?

- No –dijo él besándola suavemente en los labios- no todo…

- Debí verla entonces, lo siento… lo siento… Te amo, ¿sabes? Nunca, en la distancia, en la ausencia… -sus dedos dibujaban una a una las facciones masculinas- nunca he dejado de amarte, te he necesitado siempre…

- Lo sé, lo sé porque también me sucedía lo mismo. Pero en ese camino que recorrí, tú imagen era la única razón que me permitía seguir viviendo.

 

Ella le sonrió levemente y se abrazó con fuerza a él que la estrechaba contra sí, que aspiraba su aroma. Y luego, lentamente, admirando su figura de porcelana bajo la luz del alba, empezó a cubrirla de besos y caricias antes de fundirse nuevamente con ella.

En el piso, no lejos del lecho donde se consumaba una entrega, un trozo de papel mostraba las palabras de un amante condenado a muerte.

 

“Sé que te resultará difícil aceptar, y aún entender, esta decisión. Pero Dana, tú conoces mi corazón pues todo lo que hay dentro de él te pertenece. Es difícil describirte el miedo que se apodera de mí ahora que yo mismo me condeno a la oscuridad pero debo terminar esto sin ti si quiero protegerte. Recuerda que has sido y eres mi constante, mi piedra angular y me voy sabiendo que, si no es en esta vida, será en otra, pero volveremos a estar juntos, porque el destino nos debe la revancha…”

 

FIN

 

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