fanfic_name = La Torre Norte
author = Mal Theisman
dedicate = A todos los que escriben fanfics en DYRL; han sido una gran inspiración
Rating = O18
Type = Humor
fanfic = Robotech y sus personajes pertenecen a sus respectivos propietarios, es decir: Harmony Gold, Tatsunoko Production y todos los demás, y no es mi intención infringir sus derechos de ninguna manera concebible. Esta historia es simplemente para propósitos de entretenimiento y nada más.
NOTAS PREVIAS
1) Éste es mi segundo fanfic (el primero es más largo y está por terminarse), pero es el primero que publico, así que por favor tengan piedad y espero que les guste.
2) Esta historia se sitúa unos años después de la huida de los Invid, al final de la tercera generación de la serie original. No sigue la historia de las novelas de Jack McKinney ni toma en cuenta los eventos que aparecen en Robotech: The Shadow Chronicles.
3) Todos los comentarios son bienvenidos.
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“Conviene analizarlo desde este punto de vista: después de convertirse en los líderes militares más sobresalientes de su generación y de conducir las fuerzas militares de la humanidad al otro lado de la galaxia contra enemigos feroces y misteriosos durante treinta años de guerras constantes… ¿qué campo de batalla podía quedarles por enfrentar?”
Ethel Havemeyer, “La pareja menos esperada: biografía de Richard Hunter y Elizabeth Hayes”
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24 de agosto de 2047
Hacía poco más de una hora que el sol había aparecido entre las imponentes montañas de los Alpes, y la ciudad de Ginebra comenzaba su día con aquellas luces que lentamente disipaban las penumbras de la madrugada. La luz del sol atravesando las blancas siluetas de las montañas y reflejándose en los edificios de la ciudad conformaba un espectáculo del que Lisa Hayes jamás se cansaba, sin importar cuantas veces lo viera.
Era ya un hábito adquirido, uno que Lisa encontraba necesario para afrontar el día. Afortunadamente, los años de disciplina y servicio militar habían hecho que Lisa se acostumbrara a despertarse temprano luego de dormir lo estrictamente necesario. Era por eso que Lisa siempre estaba en su oficina a las siete y media, cuando aún faltaba media hora para su turno de servicio...
“Horario de trabajo”, se corrigió llevándose la mano a la cabeza. Ya no tenía más turnos de servicio.
Ginebra era una ciudad hermosa, que milagrosamente se había salvado (no intacta, por supuesto) de la destrucción de las Guerras Robotech junto con mucho de lo que alguna vez fuera la nación independiente de Suiza. Al ver Ginebra por primera vez, Lisa decidió que los suizos eran un pueblo que por alguna razón siempre se las habían arreglado para sobrevivir a las calamidades. El país había sobrevivido a las tres Guerras Mundiales y después de eso a las tres Guerras Robotech con muy pocos daños, y Lisa no podía culpar a los que decidieron hacer de Ginebra la nueva capital del reconstituido Gobierno de la Tierra Unida, formado de apuro luego de la imprevista retirada de los Invid.
Oficialmente, la elección de Ginebra como capital se debió a las defensas naturales de la ciudad y a la poca necesidad de reconstrucción, aunque Lisa sospechaba que en la elección habían pesado mucho la disponibilidad de chocolates suizos y la confidencialidad de las cuentas bancarias.
Dando un par de pasos, se alejó del enorme ventanal y de la vista panorámica de Ginebra que le proporcionaba, y recorrió con la vista su oficina. A decir verdad, era mucho más grande y lujosa que cualquier oficina que hubiera tenido antes. Después de todo, las Fuerzas de la Tierra Unida no eran precisamente generosas con el espacio útil a bordo de una nave de guerra, y la oficina que había tenido como comandante de las Fuerza Expedicionaria a bordo del SDF-3 hubiera cabido varias veces dentro de su actual oficina.
Claro, para tener esta oficina Lisa había tenido que pasar a retiro, y dejar el servicio activo.
No era un mal trabajo el que tenía ahora; de hecho, podía nombrar sin esfuerzo a docenas de personas que eran capaces de vender a sus primogénitos con tal de ocupar la oficina en la que ella estaba ahora. Cualquiera podía decir que, comparado a estar al frente de una Fuerza Expedicionaria luchando en una guerra continua durante más de veinte años y ser además la comandante de una fortaleza superdimensional de batalla, aquel puesto era poco menos que un descanso bien merecido.
Sólo lo decían los que no tenían ese trabajo.
Había momentos en los que al pensar en los desafíos de su empleo Lisa terminaba añorando su servicio militar. Ciertamente las cosas eran más simples con el uniforme; se seguían órdenes y cuando se mataba al enemigo, éste permanecía muerto. En los días en que verdaderamente se hacía difícil seguir adelante, Lisa extrañaba la simplicidad y practicidad de un buen cañón Reflex para limpiar el camino de obstáculos. Lástima que ahora no pudiera hacerlo.
Aquella mañana Lisa se había despertado sola, al igual que ayer y el día anterior y todos los demás días de esa semana, realidad que hizo que se molestara un poco aún cuando sabía que no tenía razón para estarlo. Rick estaba de viaje, observando una serie de maniobras militares que tenían lugar en el desierto de Gobi, y se suponía que volvería aquella tarde. Aún después de más de veinte años de matrimonio jalonados por guerras, separaciones y misiones que los ponían en riesgo a uno, otro o a los dos juntos, Lisa todavía lo extrañaba con locura cuando él no estaba. Quizás, pensaba, se debía a algún temor inconsciente a que él se fuera y jamás regresara. O tal vez era porque no podía estar mucho tiempo sin él.
Revisó la hora en el reloj de su escritorio. Ocho de la mañana.
“Bueno, que comience el día”, se dijo Lisa encendiendo una pantalla de comunicaciones. Cuando terminó la estática, apareció en la pantalla una joven mujer de no más de treinta y cinco años, con cabello rojo fuego y unos anteojos que cubrían un par de brillantes ojos azules.
– Buenos días, Colleen – saludó Lisa a su asistente.
– Buenos días – devolvió la joven mujer del otro lado de la pantalla. – Espero que haya dormido bien.
– Muy bien, muchas gracias. ¿Podrías venir a mi oficina para repasar los puntos de mi agenda para hoy? – solicitó Lisa con una sonrisa. – Y ya que estás... ¿puedes decirle a Johann que venga con el café? No puedo empezar mi día sin mi combustible.
– Sí, Primera Ministra – respondió Colleen O'Halloran antes de que la pantalla se apagara.
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– A las 10 horas, presentación de las cartas credenciales del nuevo embajador de Spheris; a las once menos veinte, informe del Ministerio de Finanzas respecto a la unificación monetaria global; a las doce y cuarto, entrevista con la presidenta del Comité Senatorial de Seguridad Planetaria acerca de la propuesta de una nueva agencia planetaria de seguridad y contrainteligencia...
Lisa dejó escapar un bufido, y apoyó la taza de café en su escritorio antes de mirar a Colleen con incredulidad.
– Diablos ¿hoy tengo que hablar con Nova?
– Así es – respondió Colleen imperturbable. – Ayer recibí demasiadas llamadas desde la oficina de la senadora Satori para recordarme de su reunión. Si me lo permite, Primera Ministra – Colleen siguió con un tono conspirativo, – me parece que la senadora Satori está demasiado ansiosa sobre este proyecto.
– No puedes culparla; la contrainteligencia era su trabajo – repuso Lisa. – Sigamos, por favor.
– A la una y media, reunión con el Ministro de Defensa sobre el presupuesto militar...
La lista se extendió por varios minutos entre presentaciones de informes, entrevistas con senadores, ministros y embajadores y una sesión en el Senado que no despertaba precisamente entusiasmo, y una vez que Colleen terminó con la letanía, Lisa no pudo evitar sorprenderse de cómo tantas cosas podían caber en la agenda de un sólo día.
– A propósito – Colleen empezó a leer un despacho recibido, – recibí un mensaje del Alto Mando informando que el Ejercicio Desert Blitz ha concluido, y que el Supremo Comandante estará de regreso en Ginebra alrededor de las cuatro y media de la tarde.
Oh.
Lisa arqueó una ceja y sonrió, cosa que alegró mucho a Colleen. Como asistente principal de la Primera Ministra de la Tierra Unida, Colleen sabía muy bien cuánto trabajo tenía Lisa Hayes encima y lo exigente que podía ser esa carga. Con eso en mente, a Colleen nunca dejaba de sorprenderle cómo el ánimo de la Primera Ministra se transformaba en cuanto el almirante Hunter estaba cerca. “Debían ser aquellas cosas del matrimonio”, pensó. “Pues bien, mejor que esté de vuelta en Ginebra, así los dos pasan un rato juntos. Dios sabe que los dos lo necesitan.”
Al principio, Colleen no había tenido mucha confianza en que una veterana militar como Lisa pudiera hacerse cargo de una bestia tan traicionera como el cargo de Primer Ministro. Su mente se remontó a los meses caóticos luego de la retirada Invid... violencia, anarquía y desorden por doquier, las Fuerzas Expedicionarias cansadas, abrumadas e incapaces de restaurar la paz, y el prospecto de una era de caos sin fin. Hasta que, luego de unos meses de enigmática ausencia, el SDF-3 apareció en la órbita terrestre como si nada hubiera pasado.
Y todo cambió.
Con los altos mandos de las Fuerzas Expedicionarias de regreso en el planeta, las negociaciones para formar un nuevo Gobierno de la Tierra Unida fueron retomadas con nuevo impulso, y se decidió nombrar como Primera Ministra provisional a la almirante Lisa Hayes-Hunter, a cargo del gobierno durante los primeros años. Ahora, tres años después, Colleen no dudaba de la habilidad y astucia política de Lisa... y mucho menos de su determinación y honestidad personal, especialmente para tomar decisiones duras como la amnistía general a los colaboracionistas Invid que no hubieran cometido crímenes de guerra.
Esa decisión había sido tomada por simple e irresistible necesidad política, dado que no había gobierno estable en toda la Tierra que no hubiera colaborado de una manera u otra con los Invid y que había el riesgo de una cacería de brujas a escala planetaria, pero que igual provocó un debate furibundo en el que la participación de Lisa fue fundamental para resolverlo... a pesar que muchas personas (incluido el propio almirante Rick Hunter, aunque ese detalle no trascendió ante los medios) no estuvieron precisamente de acuerdo. Fue la propia fuerza y determinación de Lisa la que rompió con las resistencias y la que convenció a sus opositores, entre ellos su propio esposo, de la necesidad de ese paso tan difícil.
En definitiva, si alguien esperaba debilidad o aquiescencia por parte de Elizabeth Hayes-Hunter, más le valía esperar que se congelara el infierno.
– ¿Existe alguna posibilidad de pasar mi cita de las cinco a otro momento, Colleen?
– Puede hacerse – respondió ella. – ¿Puedo preguntarle por qué desea cambiar su horario, Primera Ministra?
Lisa sonrió, y se sonrojó levemente al explicarle:
– No es nada, quisiera tan sólo hablar un poco con el Supremo Comandante en cuanto llegue, y...
– No tiene que explicar nada más, Primera Ministra – la interrumpió Colleen sonriendo. – Arreglaré el cambio ahora mismo. De hecho, creo que el secretario Hullstrom quería un par de días más para preparar mejor su informe.
– Muchas gracias, Colleen – respondió Lisa con sinceridad.
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Una de las cosas más extenuantes del cargo de Lisa eran las discusiones constantes y agotadoras que debía mantener con cada figura política que tenía su propio proyecto. Esas discusiones podían ser realmente irritantes después de quince o veinte minutos, y si había una persona que dejaba al borde del colapso nervioso a Lisa cada vez que discutían, esa persona era la senadora Nova Satori. Lisa juraba que jamás había conocido a una persona más terca y obstinada que Nova Satori (excepción hecha, por supuesto, de su querido esposo).
Para calmarse luego de la discusión mantenida con la senadora Satori, Lisa recurrió a un pequeño jueguito personal: escribía una carta de renuncia. Por supuesto, jamás las enviaba, pero le daban a Lisa la oportunidad de descargarse de las interminables molestias de su cargo con un papel, usando... metáforas coloridas. Después de tres años como Primera Ministra, Lisa había perfeccionado el insulto elegante hasta convertirlo en una forma de arte, y sus cartas de renuncia mostraban la evolución de su estilo.
Fue justo cuando hacía referencia en su última carta de renuncia a las profesiones de las madres de la mitad de los miembros del Senado, que la puerta de roble de la oficina de Lisa se abrió, y con paso decidido entró la edecán militar de Lisa, la mayor Raisa Novikova.
– Primera Ministra, el Supremo Comandante – anunció la mayor Novikova antes de dejar el paso libre al visitante.
“Oh bueno, supongo que esta carta la terminaré otro día”, dijo guardando el papel en uno de los cajones y poniéndose de pie para recibir a su visitante.
Cuando lo veía con su uniforme blanco, cargado de cintas de servicio y condecoraciones, a Lisa le costaba trabajo asociar a Rick Hunter con aquel joven impertinente que la había insultado a través de una pantalla hacía ya tanto tiempo. Ese muchacho había dejado paso a un hombre de porte distinguido por la edad y la experiencia, con un rostro que llevaba las marcas de tres décadas de guerra encima, pero que aún conservaba las mismas facciones de aquel joven que una vez fue... aunque su cabello mostraba muchas más canas que las que Rick hubiera preferido tener.
– Muchas gracias, Raisa – dijo Lisa. – Ahora, ¿podría dejarnos solos un minuto?
– Por supuesto, Primera Ministra – contestó Novikova poniéndose en posición de firme y haciendo la venia tanto a Lisa como a Rick antes de dejar la oficina.
Una vez que quedaron solos, Rick asumió la postura militar e hizo la venia:
– Su Excelencia...
Lisa devolvió el saludo con una leve y elegante inclinación de la cabeza.
– Supremo Comandante...
Culminados los saludos oficiales, las posturas formales cedieron su lugar a sonrisas de boca a boca y miradas cariñosas que enternecieron los corazones de Rick y Lisa.
– Dios, te extrañé tanto... – dijo él con un tono de voz más relajado, y dejando caer los hombros, caminó en dirección al escritorio de Lisa, franqueando la distancia que los separaba.
– Y yo a ti... – respondió ella, comenzando a caminar hacia donde él se hallaba. – ¿Cómo está el desierto de Gobi?
– Desértico y vacío. ¿Qué tal se está comportando tu nueva edecán? – preguntó Rick haciendo referencia a la mayor Novikova.
– Es buena – respondió Lisa apoyando las manos en el escritorio. – No trabaja tan bien como Andrea en algunos temas, pero es mucho más organizada.
– Me alegro – sonrió Rick. – Jamás se me ocurriría asignarte a una mujer que no fuera la mitad de organizada que lo que eres tú. Después de todo, no me gustaría que mataran a mis oficiales.
– Y dime, almirante, ya que hablamos del tema – Lisa se acercaba a Rick caminando con un ritmo seductor, – ¿por qué es que en tres años jamás me has enviado a un hombre para que trabaje como edecán?
Rick la miró con una expresión de falsa sorpresa, y sus ojos azules brillaron con una chispa traviesa mientras se acercaba para tomar a su esposa por la cintura:
– ¿Acaso crees que soy tan tonto como para asignarte a un teniente o teniente comandante joven y bien parecido que pueda incitarte a alguna clase de infidelidad marital? – respondió él mientras sus manos encontraban su lugar en la cintura de su esposa.
– No estarás insinuando que a mí me puede llegar a atraer un oficial joven como para cometer una locura... – devolvió ella estrechando la distancia entre su cuerpo y el de Rick hasta reducirla casi a cero.
– No sería la primera vez, Primera Ministra – contestó Rick, ya perdido en los ojos verdes de Lisa y sin desear otra cosa más que besarla.
Los labios de Rick y Lisa finalmente se unieron en un beso largo y apasionado que se prolongó durante segundos, minutos... no sabrían cuanto tiempo. Había pasado una semana desde la última vez que estuvieron juntos, antes del viaje de Rick, y tanto Lisa como Rick ponían todas sus energías en entregarse sin reservas al otro, y a las dulces sensaciones despertadas por el beso.
Las manos de Rick recorrían la espalda de Lisa, sintiendo su piel a través del conservador traje de negocios que vestía ella, mientras que Lisa pasaba sus manos por detrás del cuello de su esposo, atrayéndolo más y más hacia ella. Al cabo de unos minutos de dulce tortura, sus lenguas cesaron aquel rítmico ritual y Rick y Lisa se separaron para tomar aire, aunque ninguno de los dos tenía muchas ganas de terminar aquel beso.
– Ésa es la mejor bienvenida que un hombre puede recibir – dijo Rick una vez que recuperó el aliento.
Por toda respuesta, Lisa sonrió, aunque no podía ocultar un leve jadeo y un brillo salvaje en sus ojos.
– Me alegro que te haya gustado – dijo finalmente ella, acariciando la mejilla de Rick con la mano derecha. Rick inclinó la cabeza para besar la palma de la mano de Lisa, y ella se sonrojó un poco ante ese gesto galante de Rick.
– Debería salir más a menudo, así recibo más de esas bienvenidas.
– Cuando gustes – devolvió Lisa. – Ahora, ¿podrías sentarte un minuto? Tenemos cosas que discutir.
– Oh, yo pensé que querías verme para decirme que me extrañabas tanto que no podías vivir sin mí – dijo Rick fingiendo estar decepcionado, mientras se sentaba en uno de los sillones reservados para los visitantes a la oficina.
– Eso ni lo dudes – dijo ella sentándose en la silla de su escritorio. – Pero ya que estamos, quería que habláramos de algunos temas de naturaleza oficial. Claro – la sonrisa se hizo más traviesa, – siempre y cuando el Supremo Comandante no tenga nada mejor que hacer.
– Por supuesto que no. ¿De qué desea que hablemos, Primera Ministra? – repuso Rick acomodándose en el sillón y devolviéndole la sonrisa.
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– ¡Dios bendito, no puedo creer que estés hablando en serio! – masculló Rick con incredulidad, buscando en los ojos de Lisa alguna señal de que lo que le estaba diciendo fuera una broma.
– No me interesa que lo creas, me interesa que te acostumbres al hecho – replicó Lisa elevando la voz. – ¡Por una vez en la vida, me gustaría que no fuerces esta clase de discusiones absurdas cada vez que surge este tema!
– ¡Por una vez en la vida me gustaría que te impusieras a esos idiotas del Senado para que dejen de recortarle el presupuesto a las Fuerzas! ¡Es el tercer año consecutivo de recortes! – bramó Rick.
– ¡No es cosa del Senado sino de establecer prioridades con fondos limitados, y esa no es forma de hablarle a su comandante en jefe, almirante! – contestó Lisa golpeando las manos contra el escritorio y destilando fuego en sus ojos.
– Ah, ahora me sales con lo de "comandante en jefe" – dijo él con tono burlón y encogiéndose de hombros. – A veces pienso que la única razón por la que aceptaste el cargo fue para seguir jugando el juego de la oficial superior conmigo.
– Como si me sirviera de mucho – devolvió ella con tono vicioso, pero después se tranquilizó. – Rick, tienes que entenderlo... los programas de reconstrucción necesitan fondos para compensar las nuevas demandas.
– ¡También la defensa planetaria necesita fondos! – dijo Rick.
– No te estoy pidiendo nada grave – dijo Lisa. – Los cortes sólo significarán el retraso de un proyecto, así que elige: o retrasas un año la construcción de los SDF-9 y 10, o retrasas un año la producción en serie del nuevo tanque Veritech. Y es para una causa noble, no lo olvides.
– No lo olvido, ni critico que le asignes fondos a las nuevas centrales de energía – contestó Rick, y su tono fue escalando en agresividad mientras seguía. – Sólo me gustaría que alguna vez fuera otro departamento del Gobierno el que hiciera los esfuerzos que nos piden a las Fuerzas. Tú más que nadie debería saber que nunca hay que confiarse. ¿O ya olvidaste todo lo que estuvimos haciendo los últimos treinta años? ¿Cositas tales como pelear guerra tras guerra con recursos limitados?
– No te atrevas a decirme eso, Rick – Lisa agitó un dedo en dirección a Rick, quien ya se estaba poniendo de pie y acercándose a donde estaba sentada ella. – ¡Treinta años y no has cambiado en nada! Sigues siendo el mismo inmaduro, irracional y obsti...
Lisa no pudo terminar la frase, ya que Rick le había cortado el aliento con un beso intempestivo que le hizo perder el hilo de lo que estaba diciendo. Al principio, Lisa no quiso ceder, y cerró sus labios para rechazar el beso, pero bastó con que Rick apoyara su mano en la espalda de Lisa para que ella cerrara los ojos, mientras abría los labios para dejarse invadir por la lengua de Rick, comenzando con la consabida batalla. Rick pasó su mano izquierda por entre los largos cabellos castaños de Lisa, acariciándolos como si fueran seda, sintiendo el calor abrasador de los labios de Lisa en los suyos... un calor que lo quemaba hasta en las entrañas.
Cuando terminaron, Lisa se había olvidado por completo de lo que iba a replicarle a Rick, y en lugar de estar enojada con él, sólo deseaba tomarlo entre sus brazos y hacerle el amor ahí mismo, sobre el escritorio.
– Ejem… ¿En qué estábamos? – dijo Lisa una vez que pudo recobrar el alientoo.
Por su parte, Rick se veía más sereno y calmado, y su tono era travieso cuando dijo:
– Me pregunto qué dirían los senadores de la oposición si les dijera cómo hacer para que "la aplanadora Hayes" pierda el hilo de una discusión...
– Lo que sea que te digan, te lo dirán en tu corte marcial si llegas a hacer algo como eso – replicó Lisa con una voz dulce a pesar de la amenaza que había salido de sus labios.
– Jamás desobedecería un pedido de mi comandante en jefe – dijo Rick poniéndose en una postura militar.
– Bueno, ése es un cambio que me gustaría ver – respondió Lisa, y su voz bajó de tono para decir: – Gracias, Rick. Necesitaba eso.
– Yo también – admitió él, y empezó a reír.
– ¿Qué es lo gracioso? – preguntó Lisa confundida, mientras se acomodaba el cabello para que Colleen y la mayor Novikova no pensaran que había pasado... algo más.
– Acababa de pensar que ahora que sumamos la política a nuestros temas de discusión, no sé si queda alguna otra cosa en este universo sobre la cual todavía no hayamos peleado.
Lisa se rió con ganas.
– Tienes razón. Tenemos que buscar nuevos temas para pelear.
– Por supuesto que la tengo, bonita.
– Eso lo veremos. Bueno, cerremos este tema – dijo Lisa tratando de terminar con la discusión sobre el presupuesto.
Rick alzó las manos y comenzó a decir:
– Está bien, está bien... supongo que podemos acelerar el traspaso a la reserva de esos viejos cruceros espaciales que heredamos de la flota de la Cruz del Sur. De esa manera, no tendríamos que hacer esos recortes en los nuevos programas y todos podemos seguir felices.
– Me alegra que hayas encontrado una solución aceptable – sonrió Lisa, y prosiguió: – Y como recompensa a tu paciencia, y a la de las Fuerzas de la Tierra Unida, desde ya te aviso que la aprobación del Senado para el Plan Quinquenal de Reequipamiento es un hecho. Así que tú y tus muchachos van a tener nuevas naves de guerra y cazas Veritech para jugar a partir de ahora.
– Esa es la segunda mejor noticia que escuché en el día – respondió Rick dejando atrás la frustración de la discusión.
– ¿Cuál fue la primera? – preguntó Lisa sin entender a lo que se refería.
– Escucharte decir que me extrañabas tanto que no podías vivir sin mí – le respondió Rick con cariño.
Lisa se sonrojó, y miró a Rick con ternura.
– Ah, claro, era esa...
– Y ya que estamos – continuó Rick, – quería decirte que no sé qué sería de mí si no estuvieras siempre en mi vida, amor.
– Mentiroso – le respondió ella tocando con su dedo índice la punta de la nariz de Rick.
– Mentiroso no – dijo Rick besando la frente de Lisa. – Sólo enamorado.
– Me encantaría seguir jugando contigo – repuso Lisa –, pero por desgracia tengo una muy molesta sesión del Senado a la cual acudir, y tú sabes cómo se ponen los senadores si no asisto.
– Mis condolencias – dijo Rick. – Lo mío es un poco menos horrible... tengo que adelantar algo de trabajo en el Cuartel General.
– Entonces creo que no tenemos otra opción que atender al llamado de nuestros deberes – dijo Lisa, ya caminando para salir de la oficina.
– Si no hay remedio... ¿Nos vemos esta noche en la Residencia? – dijo Rick mientras la acompañaba hasta la puerta de la oficina.
– Por supuesto. ¡Deséame suerte! – le pidió Lisa.
– No necesito hacerlo – dijo Rick pasando una mano por sus hombros antes de darle un beso de despedida. – Los harás trizas como siempre.
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La noche había caído sobre Ginebra, y la actividad en los complejos del Gobierno de la Tierra Unida había disminuido en forma notable. Los turnos nocturnos empezaban en aquellas agencias que funcionaban las veinticuatro horas del día, tales como las Fuerzas de la Tierra Unida. Para las nueve de la noche, todos aquellos que no tenían nada que hacer ya estaban de vuelta en sus casas.
La parte de "estar de vuelta en sus casas" solía tener una aplicación extraña cuando se trataba del matrimonio más encumbrado de la política terrestre. Para empezar, lo que llamaban "casa" en realidad era un ala residencial del inmenso Palacio de Gobierno de la Tierra Unida, unida al complejo principal por un pasillo cubierto y con vista al jardín y a la fuente en el centro del complejo. El Palacio tenía un perfil neoclásico dominado por la enorme Torre Norte, un edificio de cuarenta pisos donde se hallaban las oficinas ejecutivas de la Primera Ministra y su staff de asesores.
Aquel día, como todos los días en los que se hallaba en Ginebra, el almirante Rick Hunter terminó su turno de servicio en el Cuartel General y regresó a la Residencia. Por acuerdo con el staff de la Residencia, Rick podía cocinar algunos días de la semana, con la supervisión del chef que manejaba el equipo de la cocina. En sí era un espectáculo extraño... ver al máximo oficial militar de la Tierra recibiendo órdenes de un cocinero, aunque Rick reconocía que gracias a la ayuda del cocinero, sus propias habilidades culinarias habían mejorado notablemente.
Al menos, de acuerdo a la única persona cuya opinión valoraba sobre todas las cosas.
El sonido de pasos en el pasillo le indicó a Rick que esa persona estaba a punto de llegar, y por lo que había visto en televisión, no vendría de buen ánimo. Indicó al chef que se hiciera cargo de la comida, ya que tenía que ir a recibir a alguien. Efectivamente, unos pocos segundos después la puerta se abrió, dejando pasar a una extenuada Lisa Hayes dentro del comedor de la Residencia, con una mirada que podría haber incinerado al mismo Dolza.
– Y la poderosa guerrera regresa al hogar, luego de un arduo día de combatir contra las fuerzas de la ignorancia y el oscurantismo – dijo Rick al ver el rostro de completo agotamiento de Lisa e indicó los sillones del living. – Preparé algo de cenar, ¿quieres sentarte a charlar antes de comer?
– Me encantaría... – respondió ella, y en ese momento exclamó su grito de frustración, llevándose las manos a la frente en señal de hartazgo. – ¡¡¡QUÉ TIPO!!!
– ¿Hablas de Pedersen, Windbourne o Covarrubias? – preguntó Rick nombrando a los tres senadores con los que Lisa más había discutido durante la sesión de aquella tarde.
– ¡Los tres! – gritó ella dejándose caer sobre el sillón del living. – No puedo creer que existan personas tan insoportables en este planeta, y que justo a mí me toque lidiar con los tres.
– Amén a eso – dijo Rick sentándose a su lado. – Vi la sesión por televisión, y Dios... ese tipo Windbourne... yo pensaba que nadie podía superar al Regente Invid en discursos complicados y pomposos...
– Te hace desear meterle un misil en la garganta, ¿no te parece? – dijo Lisa acurrucándose contra el cuerpo de Rick.
– Yo le dispararía toda la munición de un Alpha. A propósito, felicitaciones... hiciste polvo a esos tres idiotas. Me encantó la cara de Covarrubias cuando le dijiste... ¿cómo fue que le dijiste cuando hizo ese lindo discurso en el que te acusaba de descuidar la defensa planetaria como si no te importara?
Lisa sonrió; ciertamente ese había sido su momento favorito de la sesión.
– "Ahora que menciona la defensa planetaria ¿en qué unidad de las Fuerzas sirvió usted, senador?" – dijeron Rick y Lisa a coro, y ambos rieron con el episodio.
– Eso debería callarlo por un tiempo – murmuró Lisa.
– Eso y esta caricatura – dijo Rick acercándole un diario vespertino a Lisa, específicamente la sección de humor.
– Oh, por Dios – dijo Lisa abriendo bien grandes los ojos, llevándose la mano a la frente y haciendo un esfuerzo por no llorar de la risa.
La caricatura en cuestión estaba ambientada en el puente del SDF-1, en donde una Lisa Hayes con su viejo uniforme blanco gesticulaba y ladraba a tres tripulantes vestidos con los uniformes que habían usado Kim, Sammie y Vanessa, pero con los rostros de los senadores Pedersen, Windbourne y Covarrubias. El dibujante había hecho a una Lisa furiosa y capaz de comerse crudos a los tres senadores, y las víctimas en cuestión parecían totalmente aterrorizadas; el epígrafe de la caricatura rezaba: "¡Y AGRADEZCAN A DIOS QUE NO SIRVIERON EN LAS FUERZAS BAJO MI MANDO!"
– Mira – dijo Rick señalando la caricatura de Lisa – hasta te dibujaron con el peinado que usabas en esa época.
– Dios mío... – murmuró Lisa. – Me había olvidado de ese peinado... ¿en qué estaba pensando cuando me peinaba así? Parecía la Princesa Leia…
– Vamos, entre tu peinado y el uniforme blanco... te aseguro que volvías locos a todos los hombres de la nave.
– Mentiroso – dijo ella con una de sus sonrisas lentas que aún enloquecían a Rick como si fuera la primera vez.
– A mí me volviste loco – repuso Rick besándola en el cabello. – Por cierto, estuve pensando... creo que voy a reintroducir los viejos uniformes que usábamos durante la Primera Guerra.
– ¿Para qué? – preguntó Lisa.
– Al menos me dará una oportunidad de volverte a ver con el uniforme blanco en las reuniones de veteranos – Rick hizo unos soniditos de placer.
– Tonto... con mis años ese uniforme ya no me queda.
– ¿De qué hablas? – Rick la miró de la cabeza a los pies con una mirada un tanto lasciva. – No te ves de más de cuarenta años. De hecho, – se acercó todo lo que pudo al rostro de Lisa – estás mucho más hermosa que como estabas en esa época.
– Sólo lo dices para que te trate bien, aviador – Lisa se inclinó para mirarlo a los ojos y recorrer el rostro de Rick con sus dedos largos y finos.
– Es en serio, Primera Ministra. Científicamente comprobado... veinte años de transposiciones constantes hacen maravillas por el estado físico – dijo Rick tomando el rostro de Lisa entre sus manos para acercarlo al suyo.
– Ahora que lo mencionas – repuso Lisa con una mirada ardiente, – a ti no te queda mal el uniforme blanco – la sonrisa de Lisa se volvió traviesa, y su mano empezó a jugar con el cabello aún revoltoso de Rick. – Después de todo, ahora que tu cabello está empezando a hacer juego con el uniforme…
– Lisa Hayes, eres terrible – gruñó Rick, pero volvió a sonreír a su esposa.
– Decididamente… tú no te ves tan mal, Rick… para nada mal… – dijo ella mientras empezaba a besarlo con pasión.
Desde el pasillo, el sonido de un carraspeo incómodo interrumpió lo que prometía ser una sesión más de besos entre Rick y Lisa. Los dos debieron esforzarse por no mostrar molestia al separarse.
– Disculpe, Primera Ministra, almirante – dijo el mayordomo de la Residencia. – La cena está servida.
– ¿Vamos a cenar? – ofreció Rick, tomando a Lisa de la mano.
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–...Con la oposición desarmada luego de los comentarios irónicos de la Primera Ministra Hayes durante el debate parlamentario, el Senado finalmente votó y aprobó por 184 votos a 35 el Plan Quinquenal de Reequipamiento Militar presentado por el ministro de Defensa, Gunther Reinhardt, hace ya dos semanas. El plan contempla una inversión de trescientos mil millones de créditos en cinco años para la adquisición de nuevos sistemas de armas para las Fuerzas de la Tierra Unida, especialmente naves de combate y vehículos Veritech. En las noticias locales, continúan las críticas al gobierno municipal de Ginebra por los problemas en el transporte público urbano...
El locutor dejó de hablar en cuanto Rick apagó el televisor con el control remoto. Se acomodó en la cama matrimonial, haciendo pequeñas exclamaciones de placer conforme su cuerpo se reposaba en el colchón, dejando ir el cansancio acumulado durante el día. Rick pensó que sólo faltaba algo para estar perfectamente bien.
Y en ese momento, Lisa entró al dormitorio. Vestía una bata de dormir blanca y su cabello castaño caía libremente sobre sus hombros, sin alguna clase de peinado o arreglo especial. Con paso leve, Lisa se quitó la bata, quedando sólo cubierta con un largo camisón de tela, y se sentó en el borde de la cama antes de acostarse y cubrirse con las sábanas.
– ¿Fue algo grave? – preguntó Rick mientras la tomaba de la mano.
– Nada serio – respondió ella. – Sólo era Miriya para una consulta de última hora.
– Oh ¿y qué cuenta de nuevo la Ministra de Asuntos Zentraedi? – preguntó Rick arqueando una ceja.
– Ella está bien. De hecho, estaba pensando en que podríamos invitarlos a cenar para mañana o pasado mañana... hace mucho que no tenemos una buena reunión con los Sterling – dijo Lisa acariciando el brazo de Rick.
– Me parece una buena idea. Mañana mismo le diré a Max en cuanto lo vea en el Cuartel General.
– No te olvides de mandar mis saludos al general Sterling – rió ella.
– Dalo por hecho, bonita. Por cierto, estaba pensando...
– ¿Sí, Rick?
– ¿Qué te parece si uno de estos días nos vamos los dos? Unas vacaciones sorpresa, lejos de esta ciudad... unos días para nosotros solos, sin la política y sin el alto mando en el medio... en una playa o en un bosque, pero que sea lo más lejos posible de las montañas.
Lisa rió.
– Mmm... me encantaría. De hecho, creo que puedo pedir unos días libres.
– Me alegra que estés de acuerdo, Lisa. Si no lo estabas, tendría que haberte hecho un golpe de Estado, derrocarte y después renunciar al cargo para irnos los dos a donde nadie nos pueda encontrar.
– Hunter, eres terrible – dijo ella dándole un golpe teatral en la cabeza – Veamos qué hay en televisión.
Tomando el control remoto, Lisa volvió a encender el aparato, e hizo zapping con gran velocidad hasta detenerse en un programa de debate político llamado “Momento Cumbre”. El tema de debate tratado por el conductor y sus invitados era precisamente las discusiones acerca del presupuesto militar y la sesión del Senado de aquella misma tarde. Para cuando Lisa llegó a ese canal, una de las invitadas estaba dando su opinión. Se trataba de una mujer con un rostro delgado y vagamente triangular, con una expresión perpetua de estar oliendo algo particularmente repugnante, y a quien Lisa identificó como una de las periodistas amigas del senador Pedersen:
– … creo que, más allá de lo divertidos que puedan ser los comentarios ácidos de la Primera Ministra, ella haría bien en recordar que está hablando ante el Senado de la Tierra Unida y no a un grupo de reclutas novatos, y por lo tanto debería comportarse con el respeto que merece esta institución. Espectáculos como el de hoy a la tarde, con una Primera Ministra que se burla de las opiniones de un senador, no hacen más que recordarnos que Lisa Hayes tiene un talento especial para escurrirse de los debates con la agilidad de una comadreja…
Lisa apagó el televisor con gran disgusto y apoyando el control remoto con brusquedad sobre la mesa de luz, mientras a su lado Rick no podía contener una carcajada inoportuna motivada por las palabras de la comentarista política. Por supuesto, Lisa no tardó en notar la expresión divertida de Rick, y lo fulminó con la mirada, sabiendo bien de qué se estaba riendo exactamente.
– Ni se te ocurra decir una sola palabra, Hunter, o eres hombre muerto – dijo agitando un dedo justo frente a los ojos de Rick.
Rick no dejaba de reír, y en cuanto pudo contenerse le dijo a Lisa:
– No necesito decirte nada, Lisa… lo que iba a decirte ya te lo dije hace muchos años.
– Más te vale – dijo ella con un tono gélido – Lo último que necesito es que mi esposo encuentre gracioso lo que dice una mujer como esa.
– Lo que me pareció gracioso, amor, fue la forma en que se refirió a ti. Me sonó muy familiar…
La mirada de Lisa hizo que dejara de insistir, y entonces Rick buscó una salida elegante a la situación:
–… aunque en ese momento no podía saber qué tan equivocado estaba.
– Mejor así – concluyó Lisa sin perder el tono ni la expresión de disgusto, cosa que no importó a Rick ya que encontraba su mirada de disgusto extremadamente atractiva.
Por su parte, y una vez que dejó atrás su malhumor, Lisa miraba a Rick con una expresión de deseo en sus brillantes ojos verdes que todavía lo estremecía hasta la médula. A Rick le maravillaba cómo ella podía ser tan cambiante... fría como el hielo y racional cuando se trataba del deber, y apasionada y ardiente en privado. Era esa dualidad tan contradictoria en apariencia y tan típica y correcta en ella lo que fascinaba a Rick acerca de su esposa, y lo que hacía, entre otras cosas, que él todavía la viera como si fuera la primera vez, hacía ya muchos años… aquel día en el que comenzó a ver a la “comadreja parlanchina” con otros ojos.
– ¿Se puede saber qué es lo que quieres de mí, Lisa Hayes?
– Quiero que siempre estés a mi lado – respondió ella con voz suave hablándole al oído. – Quiero tenerte siempre junto a mí y sólo para mí.
Rick tomó las manos de Lisa entre las suyas y las besó.
– Ya me tienes, jamás lo dudes... siempre estaré para ti. No importa lo que pase y lo que se interponga.
– Gracias, Rick... de veras – musitó Lisa, y Rick reparó en lo cansada que se veía después de aquel día.
– A veces quisiera que no fueras Primera Ministra – dijo él. – Tengo miedo de que termines enfermándote.
– Quiero recordarte que fuiste tú el que me propuso hacerme cargo de este trabajo, aviador – le dijo ella besando su frente y acariciando su rostro con ternura. Rick podía sentir el aliento de Lisa quemando su alma al contacto con su piel, como si fuera un fuego inextinguible en el que él deseaba consumirse para toda la eternidad.
– Por supuesto – rió Rick. – Según recuerdo, necesitaban a alguien con energía, dotes de organización, con personalidad fuerte pero diplomática, que gozara del respaldo de los militares y que contara con la suficiente cultura como para no estrangular al primer político que se cruzara en su camino... y sucedió que justamente conocía a alguien que daba con el perfil... no sé si la conoces, era una almirante de las Fuerzas Espaciales, sorprendente, hermosa y endiabladamente sexy... y no hay día en que me arrepienta de esa decisión, bonita – Rick respondió al beso, enviando escalofríos por todo el cuerpo de Lisa. – Ahora, quería pedirte algo.
– Lo que quieras.
– Sólo por esta noche, dejemos atrás el trabajo... nada de Supremo Comandante o Primera Ministra. Quiero que seas sólo mi esposa. No la Primera Ministra Hayes, no la almirante Hayes, tan sólo Lisa, la mujer a la que amo y amaré siempre... y yo quiero ser solamente tu esposo – su voz bajó hasta hacerse casi imperceptible, y sus manos corrieron un mechón de cabello que cubría el rostro de Lisa.
– Rick, no tienes que pedirme eso, sabes que siempre estoy para ti – respondió ella acercándose a él y llenando sus pulmones con su aroma.
– Pero quiero hacerlo. Gracias, Lisa – dijo él cerrando los ojos por un instante.
– Ahora dime, aviador... ¿qué tiene que hacer una dama para que tú le hagas pasar un buen momento? – preguntó Lisa con un destello sensual en los ojos.
– Mmm... Depende de la dama. En tu caso, sólo basta con que existas y me ames – dijo Rick taladrándola con una mirada de deseo, mientras su mano recorría todo el contorno de la pierna de Lisa, desde la rodilla hasta la cadera.
– Puedes estar seguro de eso… te amo, Rick Hunter…
– Y yo te amo a ti, Lisa – dijo él, mientras una sonrisa pícara y contagiosa aparecía en sus labios.
– ¿Por qué la sonrisa? – le preguntó ella entrecerrando los ojos y disfrutando de las sensaciones que experimentaba, mientras ayudaba a Rick a quitarse el pijama.
– Es que todavía no acabo de acostumbrarme a que voy a hacer el amor con la mujer más poderosa de la Tierra –respondió él, y sus manos trabajaban con afán para quitarle el camisón, cosa que logró en muy poco tiempo y sin resistencia por parte de Lisa.
– Rick, lo de "mujer más poderosa" se refiere al cargo – rió ella, y Rick le plantó un beso ligero en los labios.
– No, créeme... no tiene nada que ver con el cargo. Nada en absoluto... – el beso de Rick se hacía cada vez más apasionado y enérgico, y Lisa encontró que no podía resistirse... sus labios se derretían al contacto con los de Rick, y sentía cómo su cuerpo se estremecía ante la expectativa de ese momento.
Por su parte, Rick ponía todo de sí en aquel beso, entregándose por completo al amor que sentía por su esposa, por aquella mujer que había estado siempre junto a él en los peores momentos. Sentía cómo su cuerpo empezaba a actuar por su cuenta, buscando hacer desaparecer toda separación entre la suave piel de Lisa y la suya propia. Con sus manos, Rick y Lisa recorrían cada uno el cuerpo del otro, acariciándose suavemente y sin detenerse.
Apenas habían pasado unos segundos, y entonces Rick y Lisa estaban totalmente rendidos el uno al otro, entregándose sin reserva alguna a ese torrente de pasión y amor que los envolvía, dejando atrás todas las frustraciones y malos ratos de aquel día. Era exactamente lo que necesitaban para seguir adelante, aquel amor que los había sostenido e impulsado durante treinta años de sacrificio y esfuerzo constante.
Rick y Lisa se unieron en ese amor que era su refugio y su fortaleza en los tiempos más oscuros y difíciles que habían enfrentado, y que en momentos como aquel era sencillamente un instante que robaban a la eternidad... un mundo de placer que era de ellos y de nadie más, y en el que se entregaban mutuamente sin poner reserva alguna.
Con un certero manotazo, Rick apagó la luz, y el dormitorio se sumió en una oscuridad cómplice.
FIN
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NOTAS DEL AUTOR:
1) ¿Por qué “La Torre Norte”? Con el contexto político de Lisa como Primera Ministra, traté de describir algo parecido al ambiente de la serie “The West Wing” (“El Ala Oeste”) pero aplicado al universo Robotech, y busqué un nombre que se le pareciera. Es una de las cosas que más me encantan de Robotech… tiene tantos buenos personajes y tanto potencial para tantas historias…
2) Al escribir este fanfic, imaginé a Rick y Lisa con el aspecto y diseño con que aparecen en los comics de “Prelude to the Shadow Chronicles”. No sé por qué, pero me parecen bastante adecuados para la edad y madurez que tienen Rick y Lisa para este momento de la historia.
State = Fin/The End
feedback = Sí/Yes
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