fanfic_name = En busca de un sentido
chapter = Capitulo tercero: Reset
author = skull02
Rating = AP15
Type = Action
fanfic = Antes que nada quisiera agradecer todos los correos que he recibido. En realidad, no pienso ni quiero dejar sin concluir esta historia, por lo que procuraré darme más tiempo para que no exista tanta distancia entre episodios. Aprovecho la oportunidad para señalar que en adelante aparecerán escenas de la serie y de la película, asi como de otros persoajes. Espero poder manejar esta situación. Toda crítica y opinión siempre será bien recibida. Una vez más, gracias a todos.
Capitulo tercero: Reset
La comandante Lisa Hayes despertó con desgano pensando en las labores que le esperaban en el puente, además el almirante Gloval había pedido su presencia y la de Claudia en una reunión del RDF y miembros del GTU. “El ejército no puede obviar la participación de los políticos. Aunque a veces no se quienes son más tercos” pensó. Una ducha fría la ayudo a despertar y un desayuno ligero en el comedor de la base sería suficiente para iniciar el día. Cuando se dirigía a las oficinas del alto mando, tropezó con el teniente Max Sterling, quien la saludo formalmente.
Max: Buen día, comandante.
Lisa: Buen día, teniente. ¿Alguna novedad que reportar?
Max: Ninguna. Las patrullas nocturnas no informan actividad alguna ni avistamiento de zentraedis descontentos o rebeldes.
Lisa: El capitán Hunter. ¿Se ha comunicado con Ud.?
Max: No comandante – respondió con rapidez, confiando en que no faltaba a la verdad porque en realidad él era quien lo llamó el día anterior.
Lisa: Deberá estar atento. Si surge cualquier evento extraño o peligroso, o si lo ordeno, le dirá que se reporte en el hangar de inmediato.
Max: No comprendo bien, comandante.
Lisa guardo silencio ante ese comentario e inmediatamente Max tuvo que desviar ligeramente la vista y carraspeaba nerviosamente, pues sabía que estaba en peligro. La comandante giró su rostro lentamente hacía él, con una expresión en el justo medio entre interrogante e inquisitiva, sus párpados se angostaban ligeramente, sus ojos verdes se clavaban fijamente en los de su interlocutor. Esa era la manera que la bella oficial Hayes se convertía en una fiera que ha identificado a su presa y que no esta dispuesta a dejarla huir, lo cual no era sino la antesala del vendaval que se acercaba. Esa era la mirada que todos temían en Lisa Hayes (incluso Miriya, quien asumía la posición de firmes y procuraba concentrar su vista en un punto distante) y que le había hecho ganar el sobrenombre de “La Reina del Hielo”, tanto que no había hombre que intentara cortejarla, un arma que ella conocía muy bien y sabía cuando aplicar, pero también era el percutor para que el instinto combativo de Rick Hunter despierte.
Cuando Lisa vio al atemorizado Max, no pudo evitar una ligera sonrisa que poco a poco transformó su rostro, haciendo agradables sus facciones y que sus ojos luzcan vivarachos, como una chiquilla que acaba de cometer una travesura y se divertía con ello. Con tono burlón y algo irónico le espetó: “Teniente, ¿Esta diciéndome que el segundo al mando del escuadrón Skull y mejor amigo del líder, no sabe cómo comunicarse con él?” Ante el embarazoso silencio de Max, miró a ambos lados cuando estuvo segura que estaban solos, se limitó reir y agregó: “No te asustes. No quiero importunarlo en lo que este haciendo. Es su descanso y lo tiene bien ganado. Sólo que si es indispensable tendrá que volver de donde se encuentre. ¿De acuerdo?” Algo aliviado, Max suspiró y esbozó una sonrisa: “Lo haré sin falta comandante. Cambiando de tema, Miriya y yo te esperamos en casa después del trabajo. Hay nuevas fotos de Dana que quiere mostrarte y tal vez podamos cenar”. “Estaré con tu casa a esos de las siete. Oye, lamento haberte asustado”, dijo Lisa, a lo que Max añadió rápidamente: “No te preocupes, a veces es bueno que el corazón bombee un poco más rápido”.
La comandante Hayes, sonriente, hizo un gesto de negación con su cabeza ante el chascarrillo de Max, despidiéndose militarmente. Después de haber sido prisioneros de Bretai, ellos se habían vuelto amigos, relación que después amplió a Miriya. Solía conversar con ellos de tiempo en tiempo, cuando podían almorzaban los tres en el comedor de la base y se visitaban. La pequeña Dana se había convertido en su sobrina y la quería mucho, le gustaba de jugar con ella y sus muñecas, a las visitas, a las escondidas. En realidad, la niña también se había convertido en su amiga, pero esta era una muy especial, porque sólo ella era capaz de hacerle revivir aquella infancia que quedo truncada por la temprana muerte de su madre, pues con su partida, las señoriales habitaciones de la tradicional residencia de los Hayes, que antes habían estado llenas de luz y felicidad, se tornaron grises y enormes, sin vida, rodeadas de soledad. Dana le obsequiaba un tesoro que Lisa siempre considero incalculable: volver a tener contacto con la inocencia que se pierde cuando una persona crece y se convierte en adulto. Que ajenos eran para la pequeña niña todo el horror y el dolor que la reciente guerra había causado a su alrededor. Lisa Hayes, como Rick, Max, Miriya, Claudia y muchos jóvenes soldados más habían participado en ella y habían sobrevivido a cuestas con sus heridas, en el cuerpo y en el alma, con la ausencia de quienes habían sacrificados sus vidas y dejaron encarpetados sueños y planes.
La amistad con los Sterling-Parino se consolidó el día que ella había conocido a Dana en el hospital, poco después de su nacimiento. Había ido a visitarla junto con Claudia y el trío, apenas la cargo no pudo evitar conmoverse al tener en sus brazos a esa personita que dormía plácidamente, ajena a todos en su propio universo, sonriéndole le dijo: “Sí. Definitivamente el almirante Gloval estaba equivocado”. Todos voltearon a verla con rostros interrogantes y confundidos, sin comprender sus palabras. Lisa no se dio cuenta de esa reacción y sin mirar a nadie, excepto a la bebé, añadió: “Cuando tus papás se casaron dijo que ellos eran los héroes del momento, pero en realidad la heroína eres tú, porque nos enseñas que a pesar de cualquier adversidad o tristeza, vivir y poder ser felices es algo que podremos lograr. Crear para ti un nuevo mundo de paz y seguridad, es algo que merece la pena cualquier esfuerzo”. Esas palabras quedaron marcadas en el corazón de Miriya, quien comprendió entonces una diferencia más entre los zentraedi y meltrandi con los humanos: La gente que la rodeaba también eran soldados, pero no peleaban por demostrar ser mejores guerreros o para eliminar al rival; luchaban para que la vida no desaparezca, para que los que vinieran después no tuvieran que vivir lo que ellos. “Esa es la verdadera fuerza de esta raza. Solamente así se entiende porqué no han sido derrotados y porqué no se dan por vencidos. Espero que mi pequeña tenga la misma fuerza que tienen estas mujeres”, pensó Miriya mientras sus ojos se desplazaban por la comandante Claudia Grant, la asistente de comunicaciones Kim Young, la operadora de computadoras Vanessa Leeds y la asistente de Lisa Sammie Porter, todas ellas con personalidades y caracteres muy distintos entre si, pero que en ese momento estaban unidas sonriendo y mirando en silencio a la bebita, demostrando con la firmeza de sus actitudes que pensaban igual que ella.
Cuando Lisa dobló por el pasillo, Max se recargó de espaldas contra la pared más cercana, mientras resoplaba con la cabeza inclinada, en señal de que la tormenta había pasado. Sorpresivamente, una mano se posó en su hombro, sobresaltándolo. “¡Miriya! Amor, me vas a matar de un infarto”. Su esposa rió ante su comentario y agregó: “Vaya que la comandante si es un duro hueso de roer. ¿Estas seguro de que no tiene ascendencia meltrandi?” Max dijo: “Rick puede estar tranquilo, siempre que no pase algo serio”. Procurando no ser vistos, ambos intercambiaron rápidamente un beso, antes de dirigirse a cumplir con las misiones asignadas. Ellos apreciaban y querian mucho a Rick y Lisa, también estaban de acuerdo en que algo había entre ellos, algo que no querían enfrentar, contentándose sólo con sus pleitos. Cuando se encaminaban al hangar, el celular de Max empezó a sonar:
Max: Alo, diga – respondió desconcertado al no saber quien podía estar del otro lado, mientras su esposa lo miraba interrogativamente.
Minmei: ¿Max?, Soy yo, Minmei.
Max: Minmei, que sorpresa, dijo mirando a su esposa con los ojos muy abiertos, mientras ella puso cara de pocos amigos y se cruzó de brazos.
Minmei: Es que quisiera que me comuniques con Rick, lo he llamado a su casa y a su celular, pero no responde.
Max: Bueno, le concedieron dos días de descanso: ayer y hoy. Me pusieron al frente del escuadrón. Supongo que estará por ahí.
Minmei: ¿Cómo que tiene dos días libres? Porque no me llamó, dijo algo enfadada.
Max: Eso yo no lo sé. El sabrá – dijo algo desconcertado e incómodo.
Minmei: Bueno, pero dónde esta.
Max: Te lo repito, no lo sé – respondió algo enfadado.
Minmei: Yo estoy ahora desocupada. Hubiéramos ido a pasear o tal vez a una discoteca en ciudad Monumento.
Max: No se que más agregar. Bueno, me están esperando en el hangar.
Minmei: Esta bien, disculpa. Nos vemos – concluyó algo malhumorada.
Max: Adiós.
Miriya había escuchado a su esposo molesta. “¿Qué se cree esa estrellita? Pero él tiene la culpa por darle semejantes alas”. Max sonrió ampliamente ante el comentario de su esposa. Dándole un beso travieso en la mejilla, cogió su mano, entrelazando sus dedos, mientras retomaban su camino ante la sorpresa de ella. “Mi amor, me gusta cuando te expresas de esa manera: él tiene la culpa por darle semejantes alas. Me alegra que puedas adaptarte al estilo de vida humano”. Ella le sonrió y agregó:
Miriya: Pero es cierto, buena parte es culpa suya.
Max: Cierto amor, nadie puede negarlo. Mira, solamente lo llama porque no tiene nada que hacer y esta aburrida. No tiene con qué o con quién entretenerse. ¿Si hubiera estado en servicio? Seguro le habría pedido que se tome el día libre.
Miriya: Me dijiste que desea regresar tomando algunas decisiones o teniendo un poco más claro el panorama, ¿cierto? Sabes que me agrada mucho Lisa y creo que es la pareja ideal para Rick. Ojala no fuera tan tonto.
Max: (Deteniéndola) No todos tienen nuestra suerte. Nos enamoramos casi de inmediato.
Miriya: Sí, sobretodo después de nuestra primera pelea a muerte, recordó entre pícara y soñadora.
Max: Jamás nadie me había disparado con tanta precisión, dijo acercando sus labios a su oído.
Miriya: Yo a duras penas pude escapar, respondió adoptando la misma posición.
Max: Que bueno que no lo lograste, dijo dándole a su esposa, disimuladamente, un ligero palmazo en sus posaderas, que ella recibió con agrado y sorpresa.
La estrella de moda Lynn Mimmei dejó el auricular en su sitio y se acostó perezosamente en la amplia cama de la suite del hotel que la hospedaba en ciudad Monumento. Hacia varias semanas que no había tenido contacto con Rick y eso le molestaba mucho. Él siempre se portó con ella con consideración y sabía que su cercanía no se debía a su fama o a algún interés como formar parte de su equipo o de que escuche alguna composición para que la interprete; por ello quería que él siempre estuviese a su lado, por lo que, cada vez que había la mínima posibilidad, siempre le insinuaba que abandone el ejército. Ella reconocía que la farándula era de lo más trivial y convenido, pero adoraba cantar y también estaba encontrando gusto por la actuación, así que no dejaría ese ambiente. Definitivamente ella vivía para cantar y no tenia en mente aún casarse, claro que le gustaba salir con Hunter, es que era un chico apuesto y varonil, tranquilo y complaciente con ella, un buen amante, además de que era un auténtico héroe de combate, con un puñado de medallas que lo certificaban, pero siempre parecía estar apático en las reuniones a las que lo invitaba y no congeniaba bien con sus amistades, menos con Kail. Ella siempre estaba ocupada, yendo a programas de TV y radio, a ceremonias, a fiestas formales, en las cuales debía mantener su sonrisa, su buen humor, todo porque cuando estuvieron en el espacio había tenido la obligación de mantener la moral alta en la población civil y en el ejército. Lo que extrañaba era el anonimato, poder pasear por las calles tranquilamente, cruzar miradas con las personas como un transeúnte más, entrar en las tiendas y mall para probarse ropa o simplemente observar los escaparates y vitrinas, ir a un concierto simplemente como espectadora, a veces la fama la cansaba, pero con todo, sentía que era el lugar al que pertenecía. Tanto era ese sentido de pertenencia que sonrió cuando llegaron a su habitación Kail, algunos amigos y otras modelos para planear una escapada a la vida nocturna en la ciudad, dejando de lado sus pensamientos.
Rick había despertado temprano al lado de la fogata casi apagada, por lo que tuvo que reavivarla para preparar su café, el cual le gustaba sin pizca de azúcar. Después de dejar la cafetera en el fuego, se le antojo hacer ejercicio al aire libre: trotar un poco, hacer planchas y abdominales sobre el pasto, y barras cogido de la rama de un árbol, la experiencia era tan increíble que podría haberlo hecho por horas. Luego de desayunar salchichas asadas, se comunicó con Max para saber las últimas nuevas, pero él había acordado con Miriya no decirle nada de la llamada de Minmei (“no vale la pena”, se dijeron). Se sentó recostado en el jeep, recordando la casa de su niñez, a sus padres y a Roy, cómo fortuitamente llegó a formar parte de los refugiados en la fortaleza espacial SDF1, los combates librados, los camaradas que se fueron antes de tiempo. Siempre quiso ser piloto de combate, primero se entusiasmó con las historias de su padre y después con las cartas y relatos de Roy en la Academia Robotech. Tantas cosas en su cabeza daban vueltas, su ingreso a la milicia fue repentino, inicialmente para impresionar a Minmei, antes de que fuera la famosa estrella, pero en el transcurso del entrenamiento aprendió a tomar con seriedad esa decisión y se alegró de no haberse enlistado. Vino su graduación y sus primeras misiones en los VT-1: la sensación de volar en el espacio era indescriptible, sentía que un horizonte infinito se abría ante él, pero siempre era regresado de sus sueños por la realidad de la primera guerra contra alienígenas, guerreros mucho más poderosos que los terrestres y que casi habían destruido el planeta.
En la milicia conoció a la comandante Lisa Hayes, una brillante e inteligente oficial, conocida como la Reina del Hielo, pero para él no era más que una “comadreja” como una vez la calificó en el tacnet. Sabía que era hija de una de los principales oficiales de la RDF, el almirante Donald Hayes, y como muchos, pensó y comentó alguna vez que sus logros se debían a la influencia paterna, aunque antes que ellos tuvo que tragarse sus palabras porque ella demostró en más de una ocasión su competencia para el mando y sus dotes como estratega. Había algo que solamente sabían las personas más cercanas afectivamente a Lisa y que Rick había podido apreciar, en primera fila: Ella era una mujer sensible y vulnerable. Si bien no conocía los detalles de vida, lo había comprobado cuando la rescató en la Base Sara, mientras pataleaba y reclamaba quedarse sola en medio de la explosión de las ruinas de esa instalación militar, llamando a su novio; luego vino lo de Base Alaska, cuando había llorado por la horrenda muerte de su padre. En esas ocasiones, Rick se sintió conectado a ella y hubiera querido fundirla en sus brazos para consolarla y protegerla, para que supiera que ella no era la única persona que había sufrido desde tierna edad, decirle que podía y debía levantarse para esperar un nuevo día, que tenía la obligación de sobrevivir y continuar. Nuevamente volvió a preguntarse: “¿Porqué diablos siempre estamos peleando?” En su mente se recrearon las excusas, los motivos y las razones mas diversas, en unas la culpa de ella y en otras él era el responsable. Luego recordó la vez en que conoció a Lynn Kail, primo de Mimmei y su compañero oficial en sus actividades artísticas, fue aquella en que salió con Lisa, Max y el trío a pasear por ciudad Macross, en el pequeño restaurant de los tíos de Mimmei habían varios hombres descontentos con los militares y ante la amenaza de agresión contra Lisa, salió en su defensa con Max liándose a golpes con ellos. La sorpresa la dio Kail, quien practicaba artes marciales y pudo reducir a varios de ellos, sin recibir mayor castigo que un labio sangrante, a diferencia de de Max y él que acabaron exhaustos, golpeados y sentados en el suelo; sin embargo, Lisa corrió a atender a Kail, dándole su pañuelo. Rick jamás lo comento con nadie, pero en ese tiempo había comenzado a fijarse en Lisa, ciertamente era una mujer hermosa, cuando estaba relajada era ingeniosa y vivaz, incluso tenia actitudes que evidenciaban su ternura, como cuando miraba a los bebes o niños pequeños; claro que también había influenciado en algo los comentarios que le había hecho Roy Fokker, su amigo y hermano mayor, haciendo que se interese en salir con ella, el real motivo de esa salida en grupo fue tener la posibilidad de tantear el terreno para invitarla en otra ocasión, pero solos. Cuando Lisa iba a ser atacada, la rabia se apoderó de él y solamente pensó en protegerla, no quería nada le pase y estaba dispuesto a lo que fuera por evitarlo, y así lo hizo, pero cuando vio cómo resultó todo, quedó helado y se sintió estúpido, con la cabeza gacha se dijo que ella siempre lo vería como un subordinado rebelde y testarudo, situación que empeoró cuando unos días después los vio conversar por la ciudad. Por el trío supo que habían salido un par de veces, pero todo quedo allí, lo que ellas calificaron de adecuado debido a que Kail no era de su agrado, más aún por su definitiva posición antimilitarista. Hacía mucho tiempo que no pensaba en ello, el recuerdo era doloroso y lo odiaba, por lo que representó para él en ese tiempo, fue lo que hizo sepultar en el cualquier intento de acercarse a Lisa. Un dolor de cabeza volvió a abrumarlo, sacudiéndose se dio por vencido, consideró que encontrar una respuesta era superior a sus fuerzas, a su capacidad, lo cual le hizo sentirse disminuido.
Sonrió tristemente al pensar en Mimmei, una chica hermosa y rodeada de “glamour”, un mundo en el que definitivamente no encajaba, pese a que había tratado de entenderlo y compenetrarse con su estilo de vida, pero no pudo y desistió de ello, más aún cuando ella no quiso conocer el suyo, pues ni siquiera gustaba de la compañía de Max y Miriya, y siempre que podía trataba de hacerlo renunciar a volar y a ser piloto de combate. “Esto es lo que soy, es mi vida” se dijo Rick Hunter, pues él jamás dejaría el ejército, no solo porque sentía que tenía un deber que cumplir, sino porque adoraba el cielo y el espacio, esa sensación de absoluta libertad, de ver horizontes abrirse ante sus ojos, que lo invitaban a ir hacia ellos, de poder ir sin rumbo hacia la aventura de vivir. Pero también estaba su responsabilidad, odiaba la guerra como muchos en el ejército, pero no rehuyó a la realidad, al tiempo en que, con justicia o no, la sobrevivencia de la especie exigía que existieran hombres jóvenes como Roy Fokker y Ben Dixon, dieran la vida para proteger a otros. Así lo había sentido cuando por conoció a Mimmei y, para protegerla, tuvo que pilotear un VT sin tener mayor idea de cómo hacerlo y con ayuda de la controladora de vuelo Lisa Hayes. Luego recordó aquella ocasión, cuando recién salían, en que tomó un VT de entrenamiento la llevó a pasear por los anillos de Saturno, nunca creyó que él podría hacer sentir feliz a una chica tan hermosa y a punto de convertirse en celebridad, mientras volaban haciendo piruetas en el espacio y ella reía y cantaba feliz, sueño que terminó en pesadilla cuando la primer oficial Hayes fue a detenerlo en otra nave, acompañada de Lynn Kail, quien no escatimó palabras duras contra el piloto por poner en peligro a su prima. Una semana en el calabozo fue el castigo, en ese momento pensó que estaba bien, e incluso le pareció poco. Ahora, simplemente no significaba nada, si pudiera regresar en el tiempo, en lugar de eso la hubiera invitado a tomar helados o a pasear por el parque. Definitivamente, no la comprendía, pensó que ello era porque realmente no la conocía, no compartían muchas cosas, cierto es que era agradable y alegre, pero eso no era suficiente: “¿Cómo sería si nos casáramos, o si vivimos juntos?”, se dijo en voz alta. No necesitaba responderse, era obvio que no funcionaría, ambos estaban compenetrados con sus propias metas, eran dos líneas que se cruzan, pero cada una sigue su propio camino, sin volver a encontrarse.
Cuando llegó el mediodía, el capitán Hunter decidió almorzar sus últimas provisiones y levantar el campamento para encaminarse a ciudad Macross antes de que anocheciera. Finalmente había tomado una decisión: El era un piloto de combate, el líder del escuadrón Skull. Debía comportarse como tal, así que en adelante no cuestionaría las órdenes de sus superiores, especialmente de la comandante Lisa Hayes, le debía respeto y consideración. En cuanto a Mimmei, era mejor no buscarla y dejar que el tiempo pase, pues quería evitarse cualquier tipo de escena, pero si era necesario, terminaría toda relación con ella, si podían ser amigos, se vería más adelante. Con el atardecer, el jeep enrumbaba hacia el camino principal, Rick Hunter había tomado una decisión y no sabía los alcances que esta iba a tener en su futuro no tan lejano, consideraba que su deber como soldado era proteger a la raza humana, esa era su responsabilidad y como tal se debía a ella, dando lo mejor de si en combate, aún cuando ello signifique dar su vida antes que otro ataque vuelva a ponerla en peligro.
Cerca de las tres de la tarde, las comandantes Hayes y Lasalle dejaron la sala de comando para acompañar al almirante Gloval en la reunión concertada entre el alto mando y el GTU. No bien habían tomado sus ubicaciones, cuando la puerta se abrió para dar paso a las dos últimas personas convocadas a esa reunión. Uno era un oficial de cabello, barba y bigotes blancos, su edad era incalculable, de porte marcial, aunque su paso era algo cansino y parecía arrastrar ligeramente la pierna izquierda, y sus ojos negros parecían arder como brasas y estar fijas en el infinito; ante su presencia, todos los militares se pusieron inmediatamente de pie, incluidos los de mayor rango, pues no necesitaba presentación alguna: Era el coronel Johan Strassman, héroe de varias guerras, había comandado a soldados de elite en aire, mar y tierra; sobreviviente de muchas batallas, su barba tupida cubría la cicatriz producida a causa una explosión y su cojera el recuerdo de una herida de metralla, además de tener otras marcas en el cuerpo, las que le ganaron el apelativo de “El Duro”, pues la leyenda decía habían nueve balas en su cuerpo con su nombre y el ni siquiera lo había notado. Cuando se produjo el ataque de Bodolza, el coronel estaba al mando de cinco baterias anti-aéreas y tres escuadrones de combate apostadas en el desierto de Mojave, dirigiéndolos con maestría y decisión, logró que varios de sus soldados sobrevivieran. Todos los oficiales se mantenían firmes ante este hombre que caminaba casi sin verlos, pues su reputación excedía a la de varios de sus superiores y generaba el respeto de todos. El almirantazgo era un rango que no le importaba a Strassman, pues se consideraba un soldado de tropa, un líder de combate; era un oficial rebelde y aunque los años le había enseñado algo de prudencia, seguía siendo un dolor de cabeza para sus superiores, incluso lo fue para el almirante Hayes; siempre tuvo el respecto y lealtad de los hombres y mujeres bajo su mando. La otra persona era su asistente, la comandante Natalie Delacroix, una joven y hermosa oficial, de cabellera rojiza y ojos color café, de ascendencia belga, experta en armamento y tecnología, había pertenecido al grupo de Strassman en Mojave y fue asignada como colaboradora. Natalie intercambio miradas con Lisa, pues habían estado juntas en la Academia, aunque no eran amigas ni rivales, siempre había existido cierta atmósfera de competencia entre ellas, la cual, aparentemente, no había desaparecido. La reunión inicio sobre los planes de protección militar a los nuevas agrupamientos que estaban creándose con la expansión poblacional que estaba aumentando, lo cual requería que el gobierno preste los servicios básicos a las nacientes ciudades, tales como construir hospitales y carreteras, centros de generación de energía, empleos, labores de urbanización y vivienda, mientras que el ejército debía encargarse de la seguridad y establecimiento de rutas de vigilancia ante posibles ataque de zentraedis. El trabajo era arduo y complicado, todos trataban de llegar a puntos de consenso y establecer prioridades y acciones a corto y mediano plazo, aunque se producían algunas desavenencias y enfrentamientos, que a veces parecía que lo avanzado había quedado en nada. Con todo, algunos acuerdos iniciales fueron aprobados y su implementación fue encomendada a los asesores del GTU para la siguiente reunión.
La comandante Lisa Hayes había abandonado su puesto cuando se produjo el relevo con el personal de turno de la noche, siendo seguida por la curiosa mirada del trío terrible, quienes no recordaban haberla visto tan apática como en esos dos días. Claudia no hizo comentarios ante las preguntas de las chicas, limitándose a levantar ligeramente los hombros. El trío tenía suficiente tiempo, aunque no material, para formular todo tipo de especulaciones. Al salir del cuartel se encontró con Natalie:
Natalie: Lisa Hayes, que sopresa verte, le saludo.
Lisa: Natalie, cuanto tiempo, que bueno que sobreviviste, dijo con sinceridad.
Natalie: Tu también. Lamento mucho lo de tu padre.
Lisa: Bueno, todos hemos perdido mucho en esta guerra.
Natalie: Sí. Pero hablemos de otra cosa, ¿Cómo va el trabajo?, ¿Tienes novio?
Lisa: Me encanta mi trabajo, aunque tiene sus días. No tengo pareja ahora.
Natalie: Tuve un novio. Era piloto y lider de escuadrón, estábamos asignados juntos en Mojave, pero desafortunadamente no sobrevivió, dijo con cierta nostalgia.
Lisa: Lo siento. Créeme que te comprendo.
La comandante Hayes había recordado a Riber, pero en esta ocasión no le producía el dolor de antes, sino era tristeza por un sueño que se pierde con el tiempo.
Natalie: Si, pero debemos continuar. Creo que en esta base los hombres deben estar ciegos para no cortejar a una hermosa oficial, o ¿es que sigues reacia a dar cabida a alguien?
Lisa: Mi deber es lo primero, además – añadió mirando al cielo anaranjado del atardecer – allá arriba todo era muy difícil y complicado, uno se confundía con tanta frecuencia. Vivir esperando el ataque enemigo…
Natalie: Nadie aquí vio y vivió lo que ustedes. No lo comprendían, menos los civiles, pese a que el coronel pugnaba con que se difunda su historia y no fuese secreto clasificado. Tuvo muchas peleas y discusiones, tanto que lo regalaron del estado mayor.
El silencio se apoderó de ellas cuando un equipo de VT volaron en descenso a la pista de aterrizaje. Ambas observaron a las cinco naves, con sus luces de seguridad encendidas, descendiendo en orden, uno tras de otro.
Natalie: Tu padre siempre lo apoyo, consideraba que la información debía difundirse, pero de a pocos, y creo que fue el único que voto por su permanencia en el alto mando. Dicen que cuando esa sesión terminó, dio un puñetazo en la mesa sin decir una palabra.
Lisa sonrió, sabía que esa era la reacción de su padre cuando consideraba que había recibido una orden tonta e incompetente, pero que tenía que obedecer. La conversación fue interrumpida cuando advirtieron la presencia de un oficial que se había acercado sin ser visto. “Coronel”, saludaron ambas mujeres al recién llegado. “En descanso, oficiales”, fue su respuesta y añadió mirando a Lisa. “comandante Hayes. Es un placer conocer a una de las más destacadas oficiales e hija de uno de los mejores jefes y visionarios que tuvo el RDF. Dios sabe que yo quería permanecer estado bajo el mando de su padre. Tiene Ud. Todo su temple y carácter, y, sin querer faltarle el respeto, también heredó la belleza y alcurnia su madre”, dijo mirándola directamente con sus ojos azabache, sin alterar el tono marcial de su voz. Ante semejantes halagos, Lisa solamente pudo decir: “Gracias”. El coronel añadió: “Por favor, no lo tomé como una lisonja, lo que dije es sólo la verdad. Delacroix, aún debemos revisar los expedientes”. Ante estas palabras, las dos mujeres se saludaron militarmente y cada una siguió con sus planes previstos.
Una vez que llegó a casa, tomó una rápida ducha y vistió de manera informal con zapatillas, jean azul, blusa amarilla y casaca negra para visitar a su sobrina Dana, quien la recibió alborozada. Después de juguetear un rato con la pequeña, Miriya se llevó a la niña para que se alistarla para dormir, despidiéndose con sonoros besos en las mejillas de Max y de Lisa. Ya solos, aprovechó para comentarle acerca de la ilustre visita en ciudad Macross, a lo que Max se lamentó de no haber tenido la oportunidad de conocer al coronel Johan “El Duro” Strassman. Desde dentro de la casa, Miriya llamó a su esposo ante las travesuras de Dana, quien dejó a la invitada con un grupo de fotos: “Estas son las últimas de Dana. No están ordenadas y todavía no las hemos visto… disculpa”, dijo saliendo rápidamente ante un alarido de Miriya acompañado de la carcajada de la pequeña.
Lisa sonrió imaginando la escena familiar, con Dana feliz chapoteando en su tina, mientras Miriya trata de asirla para que no se lastime y Max corriendo con una toalla en auxilio de su esposa. Suspirando se dispuso a ver las fotos que, como si se tratará de una fiesta temática, tenían como motivo la pequeña y sus nuevos juguetes. Comenzó a pasarlas mirándolos risueña y divertida, hasta que vio que Dana no era la única modelo, sino que también estaba ahí Rick Hunter, quien hacia una par de semanas atrás había ido a visitarlos. Curiosa continuó viéndolas: en una el capitán estaba arrodillado en el suelo mirando con cierta desconfianza lo que la niña buscaba afanosamente en su caja, en otra estaba sentado al estilo indio con la pequeña sujetando con sus grandes manos una tacita de té, levantando exageradamente su dedo meñique, ambos con coloridos sombreros. Una foto llamó toda su atención: Dana estaba detrás de un Hunter sentado en el mismo sofa que ella, mientras ella reía y lo cogía del cuello con ambos brazitos, Rick tenía sus ojos cerrados, dejándose atrapar por la niña, parecía recargar su cabeza contra ella, su rostro reflejaba una calma y una paz tal que parecía que estaba dormido, con una ligera sonrisa en su labios, se le antojo que parecía que Dana estaba acariciando a su querida mascota y ésta se abandonaba a sus caricias. Nunca pensó en ver al necio capitán en esa situación, tan tierno y desprotegido, tanto que no pudo despegarse de la foto por varios minutos y cuando escuchó el ruido que hacían sus amigos, hizo algo que la sorprendió a ella misma, algo dentro de sí le ordenó que guarde rápidamente esa foto en el bolsillo interior de su casaca, cuando recordó que Max le dijo que todavía no las habían visto ni ordenado. Cuando sus amigos regresaron luego de haber dejado dormida a si pequeña hija, la velada continúo en animada charla.
Ya en casa, Lisa puso la foto en un portarretrato donde tenía una suya en la cual ella estaba con su primer uniforme, acompañada de su padre, quien la miraba orgulloso. Luego se puso su pijama y cuando estuvo acostada, pensó en que sucedería al día siguiente con el capitán Hunter. “Ojala haya aprovechado para descansar. Espero que mañana venga con mejor ánimo. Pondré de mi parte para no pelear mañana”. Al poco rato, ella se quedó dormida, mientras que en otro parte del complejo habitacional, Rick Hunter pensaba algo similar: “Mis únicas peleas serán contra los zentraedis, al final con Lisa estamos juntos, del mismo lado”. La noche cayó en ciudad Macross, y dos personas dormían, a la espera de un nuevo día.
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